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viernes, 23 de octubre de 2015

Sexta Salida.

A veces me quedo un largo rato mirando mi teclado, pensando qué puedo escribir, cómo debo decir las cosas para que queden como quiero. Entonces alguna frase acude a mi consciencia y revoluciona mi mente con ideas dormidas, con esperanzas nuevas, con palabras prohibidas y sonatas silenciosas. Entonces me callo, miro el teclado y simplemente dejo pasear a mis dedos por encima, haciendo de ellos la extensión de mi alma que pide hablar, que pide expresar su dolor y su esperanza. Porque no me queda mucho más, ha llegado un punto en el que estoy formada únicamente de un amasijo de carne atada a unos sentimientos que se mezclan en mis sueños y dan sentido a lo que hago. Dan sentido a mis errores. Dan sentido a mis triunfos. Dan sentido a todo, y aquí es dónde siempre me encuentro, con tantas imágenes perdidas en mi mente que no sé por cuál empezar... Aquella primera lágrima que surco mi mejilla en busca de una calma que en mí no iba a hallar, todas esas noches atada a un corazón destrozado en mil pedazos que solo buscaba la manera de seguir latiendo... Y aquella vez, la peor noche de mi vida, todas las cosas que pensé en aquel momento que me hicieron cambiar de algo dormido a una bestia despertada que estaba cansada de dejarse llevar. Recuerdo como me sentí, todo ese frío que recorrió mi cuerpo y transformó mi mente para hacerla más fuerte, para hacerla poder con aquello, para hacerla seguir luchando. Y aquí sigo. Nada de aquello fue en vano, porque no ha habido día después de aquel que no haya seguido por mi camino, el que yo quiero seguir, el que yo he decidido con esa decisión.
Pero ahora vuelves a verlo todo oscuro, vuelve a superarte todo, vuelves a sentirte como si una avalancha de nieve hubiera caído sobre tu cabeza y estuvieras despierto pensando en como salir de ahí, antes de que el frío congele tu cuerpo y no te quede nada para seguir luchando, antes de que rendirte te parezca la opción más adecuada y que todo lo vivido no ha merecido la pena que te ha causado.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Cuarto Creciente.

Hoy me he levantado con ganas de seguir escribiendo, con ganas de gritarle al mundo lo que pienso, de defender en mis letras todo por lo que he luchado en mi vida. Todo lo que tengo, que no es poco. Así que me he puesto de nuevo, boli en mano, y he garabateado muchas palabras sin sentido, muchas cosas carentes de matices que después habría que maquillar para que puedan ser leídas, muchas ideas confusas buscando una recóndita razón. Unas, sueños confusos de noches oscuras y cálidas mantas, otras, pesadillas de frío y miedo, de sangre y suciedad sobre mi piel. Y me he leído a mí misma en esas letras, me he encontrado agazapada en aquella exclamación que se atropella después de decirme que no valgo, después de hundirme, ese aliento que me devuelve al campo.
Pues no hay sonido más ensordecedor que el silencio de los labios que callan una verdad, ni una mirada más triste que aquella a la que ya se le han secado las lágrimas. Que no hay camino más duro que el que tememos transitar, porque nos carga a la espalda más equipaje del que solemos llevar, nos carga con esas preguntas que luego nos dan más miedo. Sobretodo tememos el qué vamos a responder a ellas, normalmente no sabemos qué responder. Miro mi reloj y me percato de que llevo mucho tiempo escribiendo sin darme cuenta, mucho silencio en mis letras. Y me paro, mirando un folio en blanco, que se supone que contiene todos mis pensamientos... Y contiene mil cosas que me asustan, mil miradas que me tientan y mil puñales que me matan. Contienen más pesadillas que sueños, contienen más miedo y más armas de lo que me gustaría que expresara mi alma. Y me encuentro mirando sin mirar y leyendo sin leer, pensando en como he llegado hasta este punto de mi historia dónde los recuerdos pesan tanto y queda tanto de ellos que no sé qué hacer. Porque no los quiero. Porque he pasado página y de aquella que fui no quedan más que trazos en un folio sucio. Grietas en un rostro al que le sobran las penas y le faltan más sonrisas.
Y algún día haré caso a estas cosas que escribo, algún día seré yo quién me lea y diga: Tengo razón, esta sonrisa tiene que ser más fuerte que las lágrimas.

Cuarto Menguante.

Suenan las horas inquietas,
chocando estridentes contra la acera,
cayendo al vacío del olvido,
olvidándose de lo que quisieron ser ellas.

Martillean en mi mente
todas las horas cadentes
de colores, de vida, de gentes...
Dentro de esta historia llena
de silencio y de notas,
de ruidos y de estrofas,
de llantos y suspiros,
de sonrisas y de olvidos.

Cansada caminas hacia
algún lugar que desconoces,
hacia el frío y hacia la nada.
Esperando encontrar algo.
Y una cálida cama.

sábado, 17 de octubre de 2015

Luna de Sangre.

Miro a mi reloj, las tres de la tarde, ¿Dónde está? Comienzo a impacientarme... Quiero Acabar con esto cuanto antes, me carcome por dentro mientras miro algún punto en la lejanía. De pronto su olor inunda mis fosas nasales, sé que está cerca, huele a perro mojado, a pelaje húmedo por la lluvia que lleva cayendo desde bien entrada la mañana. Se acerca por mi espalda, pasando su mano por mi cadera y abrazándome, se siente tan cálido su tacto... Es tan reconfortante... De pronto todo a mi alrededor se seca, ya no hay frío, todo parece más... Humano y menos caos. Pero pronto abro los ojos y miro esa ciudad devastada por las hordas de seres imposibles... Aunque yo soy uno de ellos y protejo todo esto, yo no soy como los demás, nunca lo he sido. Nunca he encajado ni en un bando, ni en el otro.
Ahora todo esta cubierto de cenizas, las calles teñidas de gris, rojo y negro, el silencio se hace palpable... Y yo solo tengo mi mirada rasgada, desafiante y verde azulada. Miro por fin a los ojos amarillos de mi acompañante peludo, el cual me sonríe y besa suavemente en los labios, todo mi cuerpo humano responde a su contacto, todo yo quiere besarlo.
Estamos esperando a alguien más, mi otra mitad se eriza y sale a la superficie, dejando ver mi escapada piel y mi pelo convertido en serpientes de un blanco ceniza precioso. Ya está cerca, ella puede sentirlo. Así que mi lobo me suelta, sabe que mi otra parte se lanzará a su brazos en cuanto gire la esquina.
-Hola chicos, ¿Llego muy tarde?- Dice con esa sonrisa bobalicona que me encanta.
-Solo lo normal, Zephyr, Como siempre.- Dice el lupino mirando con un deje al humano ataviado de cuero negro y varias pistolas. Necesita defenderse de quien quiere matarle... No es corta la lista. Eligió a la gorgona equivocada como esposa. Me acerco y le beso los labios.
-¿Traes algo divertido para mí?- Digo esbozando una sonrisa pícara, le había pedido una daga curva para defenderme a corto alcance, mi humano es el encargado de las armas en nuestro equipo. Este extraño equipo que hemos hecho al desatarse el caos.
-¿De verdad lo necesitas preguntar, nena?- Dice mientras saca de su cinturón dos dagas de hoja curva con el mango de cuero verde entretejido como si fueran escamas. Me encantan. Se las quito de las manos besándole con fiereza, notando como nuestras cuerpos se pegan en uno solo con ese beso, me las meto el la liga que llevo bajo mi vestido de cuero tipo amazona negro y me preparo. Me encantan estos trajes, me permiten mayor movilidad.
-Y yo... ¿No traes nada para mí?- Dice el lobo mirándole socarrón.
-Claro que sí, Noir, te traigo comida. Y bueno... Puedes elegir una de mis armas de fuego, te la dejo.- Dice sacándole una tajada de carne de una bolsa de cuero. A Noir le brillan fugazmente los ojos al ver la carne reciente chorrear sangre, me rugen las tripas, pero me he prometido aguantar hasta estar con todos antes de comer... Yo como más que ellos, necesito al menos dos conejos para mantenerme bien en el combate que se avecina.
-Bien, chicos, es hora de ir hasta la Catedral del Pecado. Allí están el resto de los nuestros. Hay que prepararse.- Digo mientras me enfundo la capucha del vestido y desaparece mi apariencia de gorgona. Noir pone su cobertura humana también y coge una de las pistolas de Zephyr. Ambos saben que vienen a por mí, ninguno pensamos dejar que nos maten. Se avecina una noche movidita, en el cielo no deja de brillar esa luna roja que salió el día que llegó a la Tierra la oscuridad.

viernes, 2 de octubre de 2015

Eternidad.

Suenan voces lejanas en mis oídos, voces de antiguas sirenas que pretenden volvernos a atrapar, pero que nos quedan demasiado alejadas de nosotros, que están perdidas en algún punto de la eternidad, entre tu miedo y tu valor. Buscas en el tiempo más tiempo, rebuscas esperando hallar una respuesta distinta, y siempre encuentras la misma, siempre un NO en los labios enrojecidos por el llanto, una mirada vacía, un corazón sumido en un mar sin retorno.
Pero te despiertas en la noche, con los oídos embotados por aquellas voces endulzantes, por aquellas sirenas que quieren atraparte. Y sientes miedo, como de costumbre, todo tu cuerpo tiembla al contacto con su piel, todo tú se transforma en otra persona al ver esos ojos encendidos, porque ella es más fuerte. Porque ella puede con algo que tú aún no entiendes. Todo este miedo al mañana, todo el argumento de la historia desparramado por el suelo, todo el tiempo perdido sin saber dónde te colocas respecto a esas preguntas que te haces en silencio. Pasan las horas y simplemente piensas en él, estás con él, te sientes sola. Quieres que esa persona que está junto a ti, este bien, porque cuando no lo está no es él. Porque te destroza mirarlo a los ojos y no ver más allá de su tristeza infinita. Porque el tiempo pasa, no puedes evitarlo y te asusta, el pensar que no es eterno, que algún día tus huesos se transformaran en polvo y de tu recuerdo no quedarán sino alguna foto en algún álbum. Tienes miedo a que vean esa debilidad que escondes tras ella, esa otra cara que todos se esfuerzan en no ver, porque está gritando que tienes que ser fuerte, porque está ella exigiéndote seguir adelante. Mi extraña conciencia escamada, mi refuerzo y mi comodín cuando veo esos ojos anegados en lágrimas que no puedo evitar que se derramen, y siento esa pura impotencia que quiebra mis piernas a la altura de las rodillas, que me deja en el suelo con una nueva herida abierta en el pecho. Sangrando. Liberando de tu cuerpo todos esos sentimientos que te ahogan. Porque la muerte te parece buena idea cuando él está así.
Pero es fuerte, por ti, porque no queda mucho de ti ya dentro de esta maraña de huesos y piel, porque el tiempo ha pasado mucha factura a tu agotado pensamiento y a tu cuerpo magullado por todas partes, porque no quieres seguir adelante si no es de su mano. Porque lo único que tienes es eso, esa seguridad de su presencia a tu lado a pesar de todo.

Once Upon a Time.

Otra vez, como cada maldito momento de mi vida, vuelvo a sentirme así, vuelvo a tener en mi mente mil cosas que no deberían estar ahí, mil sentimientos que me ahogan con mis propias lágrimas, mientras mis músculos se estremecen y me duelen. Mientras mi cuerpo se queja, mientras me grita que siga adelante, joder, que aún queda mucho por delante y no, no puedo rendirme. No estaba en los planes, pero son parte de mi camino. Son parte de mi historia y parte de mí misma, parte de toda esta vida. La noche más oscura, justo antes de un nuevo amanecer que tal vez sea el más brillante de todos. Que tal vez nos dé ese toque de esperanza que necesitamos, ese algo que haga que todo por lo que estamos pasando merezca la pena. Porque son ya muchas penas a la espalda, y empiezan a pesar, empiezan a hacer mella en mi pequeña y asustada alma, en mí. Porque nadie nos dijo que fuera fácil, nadie nos contó lo que había que pasar en esta vida para alcanzar un estado más elevado, nadie nos contó que hay más allá. Simplemente nos lanzaron a la vida, sin libro de instrucciones, sin confianza, desnudos. Pues así es como nacemos, sin nada, y se nos va dando todo y quitándonoslo cuando parece demasiado fácil. Porque la vida es eso, es aprender que si algo es fácil, no durará demasiado tiempo, todo lo bueno se acaba y a veces antes de lo que tú te esperabas. Pero aquí estamos, luchando al pie del cañón, confiando ser la excepción que confirma la regla, confiando en que nosotros sí tendremos ese final feliz que tanto ansiamos, porque nosotros somos diferentes al resto. ¿O no?