Vistas de página en total

domingo, 22 de noviembre de 2015

Manada.

Llevas mucho caminando, ya se hace duro seguir el camino lleno de baches, ya no te quedan fuerzas en el amasijo de vísceras en que te has convertido. Solo queda miedo, debilidad y prejuicios. Siempre sobre ti, sobre tu debilidad y sobre todas esas carencias caladas de miedo y trampas. De vísceras y sangre, de cerebro y corazón. Te encuentras, aquí parada, como tantas otras veces, notando tu alma silenciosa, inquieta, parada. Notándote agarrotada, en un momento en que poco más nos queda aquí, poco más nos queda por vivir en esta vida profana, maldita, desdichada... Con voz apagada te diriges al mundo, con tus ojos resplandecientes empañados en duda y en todo ese miedo, y es entonces cuando te ves, a ti mismo, reflejado en cada error, y es entonces cuando ves en ti todo lo que podrías hacer y no hiciste, todo el camino que se borra cuando lo emprendes dudando y sufriendo, cuando inicias tu vida cuestionándote la misma. Y es entonces cuando nada importa, y es entonces cuando todo lo que tienes vale exactamente lo que eres: Un amasijo de vísceras y sangre que mancha el mundo a cada paso, con una falsa sonrisa en los labios.
Y otra vez te paras, miras tus errores, todas aquellas veces que te has dado cuenta de que la has cagado, y lo sabes bien, la has cagado muchísimo. Nada volverá a ser lo mismo después de esas palabras que han salido de tus labios, sin decir lo que realmente pensabas, diciendo únicamente lo que tu corazón dolido piensa que es mejor. Y no lo es, sabes que no lo es y eso lo convierte en un error aún más grave. Y en ese momento notas dos manos en tu hombro, de esas dos personas que marcan tus latidos con sus susurros en tu oído, y te das cuenta de que nada importará más a partir de ahora, que tu errores han quedado perdonados hace tiempo y ya no duelen. Ya no tienes ese peso sobre tus hombros, ya no queda más miedo en ninguna parte de ti. Y la ves a ella, tu mujer de verde, abrazándote por la espalda y besándote la mejilla; a él, tu humano, besándote lo labios; a ese otro lobo, mirándote a los ojos mientras te acaricia la mejilla y te levanta en volandas. Y ese ciervo y su joven ario con los que hay mucha historia por delante que contar y que te hacen reír con cualquier chorrada, mi familia, los que yo he elegido y que me hacen feliz. Todos aquellos que han estado ahí en mis errores y en mis victorias, que me han secado las lágrimas y que me han dicho que la he cagado y que he sido muy dura con alguien. Y tenía razón, normalmente siempre la tienen. Te sientas en el suelo, con ellos contigo, y te da cuenta que si es con ellos, la vida vale muchísimo más que cuando estabas sola. Queda mucho camino por delante, pero merecerá la pena si lo recorro con ellos.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Luna de Lágrimas.

Oigo voces fuera de mi habitación, es noche sin luna, así que la calle ha quedado terriblemente oscura. Solo las estrellas la iluminan, es lo que tiene que todo se desatara y se llevara consigo la electricidad. Abro los ojos en la oscuridad de mi cuarto, mi oído se centra más en las voces de fuera y mis músculos se relajan: Son Noir y Zephyr. Cuando me quiero dar cuenta, veo por completo la habitación, a pesar de estar a oscuras, la magia hace maravillas. Me pongo mi bata y salgo al pasillo, donde me los encuentro discutiendo a regañadientes, lo más bajo que pueden, pero ambos se dan cuenta de que no es suficiente.
-Sabes que necesita descansar, Noir, no está sana.- Dice Zephyr en un tono lo más calmado posible.
-Y tú sabes que si no salimos de aquí pronto, ninguno estará sano me temo. Puede descansar en la siguiente parada.- Dice el lupino con aire airado, deben de estar cerca.
-Bueno, nenes, ya vale de discutir. Sois como críos. Es mi misión y mi vida, quién no quiera seguirme que no lo haga. Pero aquí mando yo. Y saldremos en cuanto coma algo, me muero de hambre.- Digo pasando entre ellos con una sonrisa pícara que me es devuelta por ambos y me siguen detrás observando mis caderas contonearse. Vaya dos, si es que son más simples que el mecanismo de un chupete, seguro que ya ni recuerdan de lo que discutían hace a penas un minuto. Suspiro pensando que me es demasiado fácil salirme con la mía desde que tengo mis ojos hipnóticos, aunque en cuanto despierten de la hipnosis... Se enfadarán, Noir más que Zephyr. Él ya está acostumbrado a queme salga con la mía.
Llegamos a la cocina y me preparo un emparedado, huelo la sangre antes de que abran la puerta incluso, huelo las vísceras que manchan sus manos y sus ropas, huelo su sudor mezclado en las heridas purulentas que marcan su cuerpo. Simplemente me siento.
Abre la puerta y entra en la cocina al tiempo que Noir y Zehyr se ponen ante mí en forma de defensa, yo solo miro los ingredientes de mi emparedado mientras lo hago con calma.
-Hola Jinete, ¿Cómo tú por aquí?- Le digo con calma a mi viejo... ¿Amigo?
-Te buscan, Eire, deberías tener más cuidado con tus escondites, es demasiado fácil entrar.- Me dice tomando asiento frente a mí en el sillón.
-Lo sé, este par no me dejó proteger la casa porque saldremos tras mi almuerzo, no nos quedaremos mucho, estamos cerca de la Catedral.- Digo mirándolo por fin mientras pongo en un plato mi bocadillo.
-Bueno, pero ya sabes que la seguridad es lo primero, no queremos que Gabriel abra Pandora y solo te necesita a ti para ello. Lo sabes.- Me dice con sus ojos vacíos machados de imágenes que no me gustaría tener que volver a ver. Pero es una habilidad de este ser, te enseña tus peores recuerdos.
-Tranquilidad todo el mundo, por dios, que huelo lo que se acerca antes de que se acerque demasiado... Aunque sé que eso no te servirá de mucho, ¿no?- Le digo mientras muerdo mi comida.-Deberíais comer vosotros también, el camino es largo, quedan 10 kilómetros.- Les digo a los tres sin apenas mirarlos. Queda bastante camino, pero lo importante es llegar antes de que lo hagan ellos.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Tres de Tréboles.

Titilan las luces de mi habitación, es noche cerrada, si se funden nada iluminará la estancia para poder cambiar la bombilla... Pero no me importa, me tumbo mirando mi techo abuhardillado, embobada en los tablones del techo, pensando en... Nada. Mi mente simplemente sigue rodando mientras yo no pienso en nada. Simplemente estoy ahí, tumbada, quieta.
Salta encima mío, con su habitual elegancia, me trepa y se tumba sobre mí, ronroneando, soy terriblemente cómoda para ella. Así nos quedamos hasta que amanece, ella durmiendo y yo mirando el techo, otra jodida noche de insomnio de las que pensaba que no quedaban, de esas en las que el sueño no acude a mí, simplemente no puedo cerrar los ojos y dejarme llevar por la calma, simplemente mi mente sigue despierta mientras solo quiero abandonarme y dejarme llevar, mientras solo quiero descansar de una vez.
Suena mi despertador y yo no he dormido, mi gata se despierta al escuchar el sonido de mi móvil y se despereza aún tumbada sobre mí. Me siento agarrotada, toda la noche en la misma postura sin dormir. Así que me levanto con cuidado de la cama, estirándome suavemente para no hacerme daño, moviendo mis músculos con suavidad.
Estoy agotada. No tengo energía para nada y simplemente me toca hacerlo todo, no puedo quedarme en la cama, otra vez no. No puedo dejar que la tormenta me vuelva a arrastrar tan lejos que luego no encuentre la playa dentro de tanta tempestad... No puedo dejarme vencer de nuevo.
Me visto, me arreglo y salgo a la vida. Me dispongo a seguir adelante, a luchar un día más, mientras mi cuerpo me suplica que me quede en la cama, que vuelva a ceder al agotamiento, que vuelva a perder. Pero a mi nadie me gana.