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sábado, 11 de mayo de 2019

Pasado que no olvido.

A veces me pregunto qué habría pasado si las cosas hubieran sido diferentes, ya no sería lo mismo. Me pregunto qué habría pasado si hubiera permitido que lo que me parecía mal, simplemente pasara, y que no me importara porque era un amigo o qué habría pasado si simplemente hubiera seguido tragando y tragando hasta convertirlo en parte de mí.
Quizá muchas cosas seguirían igual, seguiría teniendo a mi lado a personas que llegué a considerar familia... Pero lo pienso, y no quiero eso. La lealtad que yo doy, el compromiso para con quienes quiero y quienes considero familia, va muchísimo más lejos de lo que esas personas me demostraron jamás. Y aunque hay cosas que echo de menos, personas que extraño, esas personas (tal y como yo las recuerdo, con nuestras vivencias y nuestros recuerdos) ya no existen. O al menos espero que no existan, porque ya ha pasado muchísimo tiempo, e igual que yo he madurado, espero lo mismo del resto. Y espero que esas personas a las que realmente quise, y aún a día de hoy aprecio, sean terriblemente felices y que sus vidas se hayan convertido en todo aquello que un día me dijeron que querían. Ojalá un día ver a esas personas y tomarme un café o algo, y que me cuenten todo lo felices que están siendo.
Yo la verdad es que lo soy, aunque echo de menos esa felicidad inocente que tenía, esas ganas irracionales de lanzarme a la vida sin paracaidas porque sabía que ahí estaban esas personas (o al menos eso creía). Y admito todos y cada uno de mis errores, todos ellos siempre están presentes, es lo que tiene tener ansiedad. Que repites una y otra vez conversaciones que pasaron hace mucho tiempo, que ya nadie recuerda. Nadie salvo yo, que sigo fustigandome con el qué habría pasado si las cosas las hubiera enfrentado de forma diferente. Pero, no sé, no he parado ni un momento de evolucionar. Aún lo sigo haciendo. Y las cosas en las que creo van cambiando, a mejor espero. Pero tengo muy claro que hay cosas que no cambio por nada del mundo: mi hermana, a la que pienso cada día y echo de menos; a mi madre, quien aunque me saque de quicio a veces siempre me protege y siempre me quiere; a Alex y sobretodo el hecho de acostarme cada día a su lado como una vez nos prometimos bajo la atenta mirada de tantas personas que ya no están. Y esa pequeña familia que tengo ahora, mis amigas, las de aquí y las que no he visto jamás en persona. Quiénes me enseñan cada día que la evolución es algo constante.
Y tal vez en unos años otra vez esas personas se vayan, tal vez salgan de mi vida, tal vez cambie de nuevo y las cosas cambien. Pero ahora mismo me gusta quien soy, con mi cabezoneria, con mi ego, con mi agresividad cuando algo no me parece justo. Con todo aquello que me echan en cara y que yo adoro, porque me da alas.
No voy a pedir perdón por defender todo aquello en lo que creo, por defender a quien quiero y por enfadarme cuando debo hacerlo. No merece la pena creer que algo podría haber sido diferente, pero muchas noches me las paso pensando justamente en eso, en como podría haber mantenido mi vida como estaba y es que pienso: no valía la pena, solo te querías morir. Si precisamente recuerdas a esas personas con cariño, es porque eran las únicas personas que te sacaban de esos pensamientos de cortarte las venas. Ahora nunca tengo esos pensamientos, ahora solo me da miedo morir, he pasado de un extremo al otro. No lo había pensado. Hacia tanto tiempo que no me dejaba llevar y escribía sin guía todo aquello que me desborda... Lo echaba de menos, y esto sí sana y sí es importante mantenerlo.