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viernes, 16 de mayo de 2014

Ángel Caído.

Sale el sol entre los cristalizados edificios de Manhattan, hoy es un día hermoso, la luna se queda prendida en el cielo, brillando, como siempre.
Hay una joven despierta, sentada en su balcón con las piernas cruzadas, viendo el brillante amanecer con los ojos enrojecidos por el llanto que no la ha dejado dormir en toda la nublada noche.
Tiene los brazos y las piernas cubiertos de cortes superficiales que lanzan pequeños hilillos de sangre por su blanquecina piel de la muchacha. Pasan las horas y ella no se mueve, aunque con el pijama tan corto que lleva debe de tener frío. El sol se encuentra en lo alto del cielo, la luna ha sido eclipsada por su brillo cálido, refulgente. Debe de tener el cuerpo entumecido por el paso lento de las peores horas del día. La gente comienza a transitar por las callejuelas que rodean la visión de la chica, nadie repara en ella, nadie mira a la ensangrentada joven, sus brazos y piernas llevan horas sangrando. Nadie se percata de su soledad ni de su miedo. Pasa desadvertida y mantiene fija su mirada en el punto donde la noche anterior ha estado la luna.
Por fin se levanta, moviéndose con torpeza, sus heridas ya no sangran. Son simples líneas rojizas que surcan su debilitado cuerpo. Le tiemblan todos los músculos, no puede ni levantar su propio peso. No le queda mucho tiempo si no come. Pero si come estará perdida de nuevo entre la sangre de sus heridas.
Se introduce en la oscuridad del cuarto justo cuando el despertador de todas las habitaciones de la casa empieza a sonar y ella sale rápidamente hacia el cuarto de baño a ducharse antes de que alguien pueda verla. Abre el agua caliente y se despoja de su pijama observando su fragmentado cuerpo. Es una hermosa joven pelirroja, pero ello no ve la belleza de sus ojos verdes ni de sus curvas juveniles que se van distinguiendo entre el cuerpo infantil, que tantas otras compañeras de clase dejaron atrás hace mucho. Se lava cada centímetro de sí misma intentando borrar el dolor... Pero le escuecen los cortes. Se envuelve en su albornoz y va a su cuarto esquivando las miradas de su familia que poco a poco se va desperezando en los pasillos de la casa. Se viste y oculta con maquillaje las ojeras resultantes de pasar la noche en vela.
Otro día de mierda, aunque muchos ya no quedan.