Vistas de página en total

domingo, 11 de febrero de 2024

Café

Se hace de noche en nuestra cama, la comida empieza a hacerse en la cocina mientras hacemos pereza y él cocina. Entonces me preguntas si quiero ducharme contigo y acepto sin dudar ni un solo segundo. Y no solo porque quiera ver una vez más ese cuerpo desnudo y mojado. Si no porque me duele absolutamente todo y me vendrá bien el agua caliente en la espalda.
Entramos en la ducha, me besas y me enciendo. Noto tu respiración entrecortada mientras descienden mis manos por tu espalda hasta reencontrarse con tu culo y apretarlo con fiereza. Te acerco más a mi cuerpo. Nos besamos durante lo que me parece un paraíso, hasta que llaman a la puerta del baño para decirnos que está casi lista la cena y que dejemos de meternos mano.
-¿Por qué no apagas la sartén o lo que sea y te metes aquí con nosotras?- Dices con esa sonrisa pícara que tanto me gusta, mientras te muerdo el cuello. Me sientas en la silla de la ducha y me pones tu vulva en la cara para callarme. Comienzas a moverte mientras sujetas con fuerza mi pelo y él nos mira embobado desde la puerta. Te siento derretirte en mi boca y gemir hasta encorvarte hacia atrás. En ese momento él ya no lo soporta más y va a apagar la cena. Creo que se viene segundo asalto pero yo estoy demasiado entretenida con tu cuerpo para detenerme a pensar en nada más.
Él entra y disfrutamos de la ducha más larga que hemos tomado en años. Entre gemidos, respiraciones entrecortadas, mordiscos y azotes. De repente se hace la calma, seguimos lavandonos y él sale a ver cuán fría se ha quedado la cena. Ella y yo nos quedamos lavándonos suavemente.
En ese momento vuelve a sentarme en la silla y me besa suavemente los labios, coge el champú y comienza a lavarme el pelo. Con suavidad, con la ternura que solo tienen sus manos. Veo como me lava tranquilamente el pelo, me aclara con suavidad y nos abrazamos. Siento todo el calor que hemos disfrutado multiplicado por mil, transformado en esa ternura de cuidarme cuando sabe que estoy cansada. Sentir como me cuidan sin sentir que es una molestia cuidarme.
Me siento la mujer más afortunada del  mundo, con esta diosa a mi lado y aquel dios haciéndonos la comida en la cocina. Todo reducido a nuestro microcosmos doméstico en el que no tenemos que tener miedo, porque somos capaces de demostrarnos cada día que nos queremos.