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sábado, 18 de julio de 2015

El Frío es Mío.

Acaricio mimando tu piel,
me dejo guiar por aquello,
toda esa maldita hiel
que envenena mi silencio.

Salgo con cuidado de mis sueños,
buscando hacerlos mi realidad,
buscando algún lugar, un sitio
dónde dormir mis pesadillas.

Mimo mi alma, la cual busca,
como loca, la manera de escapar.
Le pido al oído:
"Quédate un día más."

Me resguardo del frío
y me doy cuenta que está
en algún lugar dentro de mí.
Que le frío es mío.

Y que no me queda nada más,
que solo lo tengo a él,
amenazándome en silencio.
Quemándome por dentro.


Noches de Porcelana.

Abro los ojos, mirando el techo de mi cuarto, con una sensación rara en la garganta. Pensando que no encuentro motivos para seguir despierta, que no tengo por qué luchar aquí. Y un solo nombre resuena en mi cabeza y esa voz que es tan conocida me dice que como me rinda... Me dice que no me va a dejar rendirme. Me grita que la vida no se acaba aquí, que aún me quedan tantos posibles caminos que recorrer y tantas cosas por hacer, tantas vidas que vivir por él, tantos besos que robar, tantos gritos que dar a la luz de una luna rota. Y aquí me quedo, mirando el techo, mientras las horas pasan y mi vida se pasa sin poder vivir lo que yo quiero vivir. Sin poder escuchar los latidos que quiero escuchar y no los que puedo escuchar ahora mismo.
Me quedo quieta, mientras pasan los días, en un punto de mi vida dónde la misma se ha quedado quieta mientras yo sigo envejeciendo, dónde la misma no avanza y solo se ha quedado estancada.
Es noche cerrada, no consigo dormirme, no consigo dejar que mi cuerpo regenere sus tejidos dañados, no soy capaz de cerrar los ojos y abandonarme a la calma de los latidos relajados y la respiración normalizada. No consigo llegar a ver mis sueños ante mis ojos, no consigo dejar a mi imaginación el control absoluto de mi cuerpo. No puedo. Simplemente estoy con los ojos abiertos mirando a la nada, esperando algo que no sé qué es. Algo que no entiendo.
Una sombra se posa en mi techo, un mosquito que probablemente ha venido a saciar su hambre conmigo, y no me muevo. Simplemente lo dejo hacer. No tengo ganas de nada, ni siquiera de evitarlo, está siendo una noche larga y no me gusta cuando tengo noches así. Suelo amanecer, empapada en sudor, con la boca seca y con el cuerpo pesado. Suelo amanecer sin ideas en la cabeza y sin fuerzas en el corazón para seguir latiendo. Y es que estas noches, las noches en las que me da tiempo a ver cómo el cielo cambia de color, estas noches son en las que ansío todo tu calor.

viernes, 10 de julio de 2015

Olas de Cielo.

La tarde se tornaba calurosa sobre las montañas que coronaban la ciudad, llevaba allí parada durante horas, mirando el vacío bajo mis pies, sentada en la orilla del acantilado con la mirada puesta en algún punto de la lejanía. Quería saltar, pero no podía hacerlo. Nadie sabía dónde estaba, nadie sabía dónde me había ido tras aquellos años perdida en mi mente, perdida en mil recuerdos que no quería recordar. Tenía todo bajo mis pies, cada centímetro de tierra habitable a mi alcance. Y yo allí, parada en el culo del mundo, perdida, sin más deseos que el de no despertar mañana. Sin más deseos que el de morir y que no haya nada más después, que todo se acabe aquí y ahora. Que todo el sufrimiento se acabe ya.
Oí unos pasos a mi espalda, supuse que sería algún transeúnte de paso por el acantilado, cuando se sentó a mi lado en la orilla del acantilado con los ojos puestos en el horizonte.
-Pronto esa gran bola de fuego desaparecerá para dar lugar a la luna y a las demás estrellas que iluminarán la noche con su luz. ¿De verdad quieres perderte eso?- Imposible, ¿qué hace aquí? Nadie sabe dónde estoy, nadie se había preocupado en averiguarlo tampoco.
-¿Qué haces aquí? No le dije a nadie dónde iba...- Susurro mirándole a los ojos enrojecidos de llorar.
-Hice la promesa hace muchos años de no abandonarte jamás, pasara lo que pasara, aunque los años nos separaran o la distancia sangrara en mi cabeza. Da igual todo, siempre estaré cuidándote, pequeña.- Me susurra abrazándome suavemente y apartándome de la orilla, yo ya he roto a llorar, justo cuando todo parecía perdido, cuando no creía que a nadie le importara, cuando creía que no tenía ninguna razón para seguir adelante. Aparece, me cambia el ritmo de los latidos y me destroza el corazón en mil pedacitos para luego armarlo de nuevo frente a mí, con piezas del suyo propio, con trozos de lo que nos une juntos, de todo lo que hemos vivido y nada más importa. Así me quedo, mirándole a los ojos y entendiendo que todo lo que pensaba no era así y que toda la verdad viene colgada de su mano.
Y así vuelve a salvarme de mí misma, así vuelve a destrozar toda tristeza y a llenarme de ese amor que solo él me da.