Vistas de página en total

sábado, 17 de septiembre de 2016

Triqueta.

Otra noche de insomnio, pegada a las sábanas, con la cara empapada y la mente traspuesta. Con un millón de pensamientos que sobran, con un montón de palabras que duelen. Con un sabor ferroso en mi lengua, de lamerme las heridas. Llevo algún tiempo en episodios descatalogados de mi propia historia, repitiendo un pasado que sobra. Ojalá mi mente me dejará descansar de verdad.
Ojalá no estar.
Aquí miro la oscuridad de un techo que no es mío, donde no me siento en casa. No lo estoy. Un techo que se eleva sobre mí y me atrapa y me ahoga y me desmaya. Como de costumbre, me acabo mareando, los vertigos son molestos cuando intento dormir. Aunque no puedo. Aunque la noche no sea clara.
De verdad que no se qué me pasa, de verdad que Ojalá no me pasara. Ojalá pudiera ser simplemente feliz. Pero tengo miedo, horror y añoranza. Añoro cuando me sentía querida, cuando me sentía arropada, cuando alguien estaba ahí si me caía, y era capaz de hacerme pensar por qué derramaba mis lágrimas. Pero ya no hay nadie así. No hay nadie que sea capaz de sacarme de este estúpido bucle. No soy capaz de salir y de nuevo clavo en mi brazo las uñas hasta que sangra. Otra vez me hago daño, para intentar callarla. Para intentar detener a mi mente mientras habla atropeyadamente, mientras me cuenta paranoias que me dan miedo. Que me desabrigan. Y aquí estoy de nuevo escribiendo, intentando huir, y aquí estoy de nuevo contándoos, algo que no os interesa oír. Porque a nadie le interesa un texto de cómo me siento, nadie quiere sentirse así, al fin y al cabo esa es la meta de la escritura. Transmitir.