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sábado, 11 de agosto de 2012

La Casa

El sol entraba entre las rendijas que se entreveían en la persiana de la salita, la luz que propagaban era suave pero atenuante de la visión periférica de aquel cuarto. Las pupilas de Gesper se notaban dilatadas en la oscuridad, sus ojos brillaban lo suficiente para reflejar la poca luz que entraba. Se movió en la cama, divisó un bulto en ella, era Yeing. No recordaba nada de lo que había ocurrido esa noche, pero si ella estaba implicada seguro que sería algo bueno. Se levantó despacio, intentando no despertarla, se dio cuenta de que su cuerpo estaba desnudo bajo aquella capa de sábanas blanquecinas. ¿Qué había ocurrido aquella noche? La cabeza le daba vueltas y el estómago se notaba revuelto. Se levantó con sumo cuidado para sentarse a pie de cama, la oscuridad de la casa no le recordaba a la suya propia. ¿Dónde estaba? Mierda, no tenía ni idea de que hacer, solo le quedaba esperar a que se despertase Yeing y le dijese todo lo que ella recordaba... Un quejido a su espalda le hizo girarse y contemplar a la muchacha estirándose mientras entreabría sus ojos verde esmeralda.
-¿Qué pasó anoche?- Preguntó Gesper con un susurro perceptible por ambos.
-No lo recuerdo, creo que bebimos demasiado, ¿Dónde estamos?- Dijo la muchacha que tampoco se ubicaba.
-Pues como no lo sepas tú, mal vamos.- Dijo el muchacho con un tono de preocupación en la voz. Se levantaron, buscaron sus ropas y se vistieron. Ambos estaban desnudos en la misma cama, eso no podía ser bueno. Se apresuraron a acercar su oído a la puerta, detrás solo se apreciaba el más puro silencio. Gesper abrió suavemente el portón, nadie, fuera solo se distinguía oscuridad. Comprobaron que llevaban todas su pertenencias y se apresuraron a intentar salir de aquella extraña casa que les daba tan mala espina.
Cámaras, de repente vieron que a su lado se distinguían en la penumbra unos pequeños puntos de luz que le apuntaban. Siguieron hacia delante, la oscuridad se hacía aún más inescrutable con cada paso. Pero ellos siguieron, abrazados, de morir preferían haber luchado por vivir. Se debatieron durante horas en aquella oscuridad, de pronto se hizo la luz. Divisaron que estaban en un pasillo del que no se distinguía el fondo, que era serio y que estaba coronado por millares de cámaras que les apuntaban directamente a ellos. ¿Qué estaba pasando allí? Un sonido sordo les tumbó en el suelo tapándose los oídos, aquel ruido era demasiado molesto para cualquier ser vivo que estuviera escuchándolo. Por fin, vuelta al silencio sepulcral del principio, ninguno estaba muy seguro de lo que prefería. Caminaron por los pasillos, en silencio, procurando no hacer nada que molestara a la cámaras... Una sala, una silla, una mesa, un papel, una frase escrita con sangre:
"Uno debe morir para que el otro siga con vida"
Ambos se miraron a los ojos, las lágrimas acusaron los ojos de ambos, el miedo atenazó sus almas. Se besaron, ambos sabían lo que ocurriría allí, uno debía morir. Pero ninguno se atrevió a apresurar la respuesta a la pregunta más esperada: "¿Quién?"
La miradas se hacían más contadas y largas, la espera se hacía interminable, debían esperar a que alguien le mandara una señal, ¿Quien debía morir? Eso no estaba claro. Las gotas de sudor corren por el rostro de los muchachos, no quieren morir, no quieren dejar este mundo, solo quieren ser felices sin esperar nada a cambio, ser felices juntos.
Un ruido, alguien mete en el cuarto una daga. Ambos se miran, Gesper la coge.
-Debe de ser la hora.- Dice mientras se acerca la daga al cuello.
-¡No!- Grita ella.- Moriré yo, tú tienes familia, yo estoy sola en este mundo, nadie me echará en falta...- Dijo la muchacha tratando de arrebatarle el cuchillo.
-Te echaré de menos yo.-Dijo Gesper mientras las lágrimas surcaban su rostro.- No podría vivir sin ti.-
-Si mueres tú, ¿Qué será de tu madre y tus hermanas? Eres el único que realmente está velando por ellas.- Dijo y él se relajó un poco.
-Podrías cuidarlas tú, sería lo mejor, todas las cosas que quiero seguirían bien y yo no podría ser testigo de como te suicidas.- Dijo él, observando como la cara de la chiquilla se endurecía con cada palabra y se le clavaba en el corazón aquella mirada de tristeza que demostraba que tal vez estuviera entrando en razón.
-No, tienes razón, pero no podría verte morir sabiendo que si yo quiero podría ponerme en tu lugar.-Dijo ella, ya no podía dejar de llorar.
-Bueno, decidámoslo mañana por la mañana, ahora ya es algo tarde y tengo sueño.- Dijo él sentándose en el suelo abrazado a ella.
La noche transcurrió tranquila y cuando se despertó, en el suelo, vio a Yeing con un charco de sangre y una raja en el cuello. Se había suicidado, por él, y de ello no hacía más de seis horas. Debería haberlo sabido, debería habérselo impedido, ahora lo que más amaba en este mundo había muerto. Se cabreó con el destino, cogió el cuchillo y se corto las venas, se desangró lenta y dolorosamente. No pensaba vivir sin estar junto a ella.

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