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viernes, 24 de agosto de 2012

Yo Secaré tus Lágrimas.

Las luces de la calle comienzan a encenderse mientras Endiena corre calle abajo, llega tarde, su vestido de raso azul comienza a ensuciarse con el roce de la acera, la muchacha no se da cuenta. O le da igual. Corre, corre como si le fuera la vida en ello, va buscando un lugar en el que debe quedarse, una esperanza que le ate a lo que le queda de vida. Un destino que describa sus pasos en una arena que nunca se la lleva el viento. Un nuevo disfraz que esconda todo su miedo y lo transforme en toda la belleza que aquellos atigrados ojos esconden. Una vida diferente y llena del amor que tanto se merece.
 La lluvia comienza a descender desde el cielo, el cabello pelirrojo de la chiquilla se comienza a empapar, sigue dándole igual. La niña solo quiere llegar rápido a algún lugar lejos del dolor que tantas noches llorando la ha causado. Lejos de él. El culpable de su dolor y de su felicidad, él, su antigua razón para existir, ya no existe. Llega a su casa, empapada, descalza, con los zapatos en la mano y los delicados pies de un negro ceniza. Sube cada escalón sin la energía que había demostrado en aquella extraña carrera, no demuestra nada de alegría por llegar a casa, solo ha llegado nada más. Abre la puerta de arriba, se descalza y entra en la casa vacía. Se tumba en el sofá, mirando al techo, no tiene nada que hacer y no le apetece llorar, todavía no. La muchacha se queda así un par de horas, el sueño no quiere vencerla, prefiere torturarla y hacerla permanecer despierta y pensar. El techo era de un blanco impoluto que ponía nerviosa a la muchacha, pero ella no tenía ganas de levantarse del sofá, no tenía ganas de nada.
Despierta entre una fina nebulosa infestada de agonía, mal estar, estupidez y sopor. La noche ha sido rara, los sueños no han dejado de recordarle lo que le falta: Unos brazos en los que esconderse del miedo.
Se levanta del incómodo sofá con un dolor de espalda horrible y va hacia su cuarto, todavía es pronto, aún puede dormir. Se mete en la cama, se recosta suavemente sobre la almohada y deja que el sueño venza la batalla. La luna se ve entre las cortinas verdes translúcidas. La luz dificulta mucho el descanso del cuerpo y el alma.
Despierta de nuevo otras seis veces, que más da, va a seguir allí acurrucada, el frío no la atrapará jamás, el miedo ya la tiene atrapada. La soledad se descarga sobre sus cansados ojos en forma de lágrimas, sus sollozos son audibles en todas las estancias de la casa, pero ahí se nota el nivel de su soledad: Vive sola. Nadie oirá sus lloros, nadie secará sus lágrimas. Levanta la vista y ve en el cuarto su reloj, marca las doce de la mañana. Decide levantarse e ir a comer algo a la cocina, oye que llaman a la puerta. Abre, tras de ella aparece Eloked, el muchacho de la fiesta de ayer. ¿Cómo habría conseguido su dirección? Da igual, ella le invita a entrar y le pide disculpas por el desorden. El chico está estupefacto, Endiena ha abierto la puerta en ropa interior. Su precioso cuerpo ha quedado casi al descubierto y el chico no es de piedra. Se sienta en el sofá y espera a que aparezca ella con un tentempié (Y que venga con algo de ropa.) Ella aparece por la puerta de la salia tal cual, en ropa interior, pero con una bandeja y comida sobre esta. Se disponen a hablar, aunque el chico se siente un poco incómodo, hablan de la fiesta de ayer, de como había encontrado la casa de la muchacha (Un amigo de ella le dio la dirección), de si estaban ambos solos... Endiena lleva la bandeja a la cocina, el muchacho no puede evitar seguirla, cogerla por la cintura y besarla. Ella se sube sobre la encimera y sigue besando al chico. Increíble, ya no tiene tanto miedo. Solo necesitaba un poco de cariño para que el miedo se disipara.
Acabaron juntos, se amaron durante seis años y luego ella murió durante el parto de la única hija que tuvieron. Creció feliz y sabiendo que su madre dio su vida por ella.

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