Vistas de página en total

sábado, 11 de mayo de 2013

Estrellas de Cristal.

La princesa Hermión caminaba, vestida con ropas viejas para ocultar su rango, inquieta por la calle del mercado, entre los desdichados transeúntes que la miraban atónitos ante tal belleza, aunque tal vez tuviera un poco que ver el montón de seguridad que llevaba la preciosa princesa. Era una muchacha delgada, alta, de larga melena roja como el fuego y ojos del verde más brillante que se te pueda imaginar. Era realmente hermosa, muy hermosa, y no tenía pretendientes a su nivel. Tal vez ella no quería casarse.
Miraba a todos los puestos de la calle, buscando un lazo rojo carmesí para su vestido blanco, cuando se topó de frente con un muchacho que sostenía exactamente lo que la princesita estaba buscando.
-¿Qué precio tiene ese lazo, muchacho?- Le dijo la princesa al apuesto joven.
-Si le gusta, se lo regalo. Una muchacha tan hermosa luciría resplandeciente con este lazo.- Contestó galán el muchachito que se había fijado en la hermosura de la princesa.- Tome también esta rosa roja.-
-¿Por qué me lo regalas? No creo que seas rico y yo puedo ofrecerte un buen precio.- Dijo la princesa sin comprender del todo las intenciones del gentil chiquillo.
-Se lo regalo porque es usted una mujer de prestigio, digna de lo mejor, hermosa más que ninguna y con una bondad que más le gustaría a muchas.- Dijo el sonriente campesino.
-De acuerdo, pero acepte venir a cenar una noche a palacio, seguro que cenará bien y eso le dará fuerzas.- La princesa notaba algo especial en el chico que sostenía la rosa hacía ella. Quería apretarla contra su pecho y sonrojarse, como solía hacer cuando algo le pillaba distraída.
- ¡Acepto! Cenar con usted será todo un privilegio y un placer sin límites.- Añadió el chico maravillado.

La muchacha volvió a casa encantada de que el hombre hubiera aceptado aquella invitación y esperó ese día con ansia, se preparó como para la más exquisita de las cenas, estaba perfecta, deslumbrante.
Llamaron a la puerta y tras ella apareció el muchacho, vestido de la forma más elegante que pudo, maravillado ante la muchacha que abría dulcemente la puerta. La princesa le dio dos besos y, en el último, el campesino le susurró:
-Estás preciosa, pero me gusta más cuando vas natural. Eres preciosa, no tienes que exaltar más nada.- La princesa se sonrojó y decidió ir a cambiarse, bajó con un vestido más tradicional, con un aspecto más natural y mucho más cómoda, odiaba aquellos pomposos vestidos.
La cena transcurrió entre risas y charloteo, pero se hizo tarde y la princesa acompañó al campesino hasta cerca de su casa. Al despedirse se dieron dos besos, rozándose sus narices, Miraron el uno los ojos del otro y se quedaron en esa postura el tiempo que se le permitió. El campesino se separó de ella, suavemente, y echó a andar calle arriba. La princesa fue por el camino contrario. En un segundo volvieron a cruzar sus miradas, el segundo en el que se giraron una última vez para ver a la persona de la que se estaban enamorando y, en un impulso que venía del mismo adentro, echaron a correr el uno hacia el otro. Funciéndose en un precioso beso, que sellaría para siempre esa disputa de que la princesa no tenía esposo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario