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jueves, 31 de enero de 2013

Silencio.

Llueve, el silencio se hace notable en mi mente, afuera hay ruido. Afuera hay miedo. Hace mucho tiempo que la gente tiene miedo de salir. Afuera hay muerte. Las lágrimas han dejado de brotar de mis ojos, se me están secando de tanto llorar. El miedo que atenaza mi alma se condensa detrás de mi instinto de supervivencia. Sé que tengo que salir de aquí con ellos, debo protegerlos de la oscuridad. Debo mantenerme con vida y mantenerles vivos, aunque él querrá protegerme a mi, pero debe protegerlas a ellas. Debe darles la oportunidad de cambiar este cielo que hoy, honestamente, es aterrador.
Siguen pasando los días, siguen llegándonos noticias de más muertes, ya somos huérfanos, tanto él como yo, y no vamos a permitir que ellas lo sean, mantendremos nuestros corazones latiendo por ellas.
Finalmente he encontrado un lugar en esta tierra en el que no creo que haya nada. Un lugar en el que dejar atrás el miedo. Él está frente a mi, acariciando mi mejilla mientras yo observo sus ojos verdes que plasman una valentía que llevo viendo desde que le conozco, pero temo que tenga tanta valentía que me deje sola para protegernos, Le beso, agarro las manos de las niñas y salimos a la calle, a la oscuridad infranqueable que se cierne entre nosotros, cuatro andantes en busca de nuestra libertad.
Caminamos durante días, entre el silencio de las callejuelas vacías, sin soltar aquellos que me dan el sentido de vivir. Ellas comienzan a tener miedo a la oscuridad, es culpa de que apenas se vea la luz.

Llegamos a donde íbamos, el lugar donde no hay nadie, el lugar de mis pesadillas infantiles y el lugar que nos salvará la vida. Aquí brilla el sol, las niñas han dejado de reflejar en sus ojos el miedo de la tenue luz, por fin no tengo miedo de que se derrumben frente a mi llorando, siguen siendo niñas aunque tengan en sus miradas esa fuerza de haber pasado lo imposible de pasar. Niñas con ese brillo de madurez que las hace increíbles.
Abrimos la puerta de la casa, oímos un grito sordo, corro por la casa ya conocida. Encuentro, acurrucada en una esquina, una niña llorando que tiene escrito en las paredes su historia. Una historia aterradora: La visión de esta guerra a través de sus ojos. Los ojos de una niña que no creo que vuelva a ser quién fue. Aunque no sepa quién es.
La rescatamos del miedo, se ha convertido en nuestra tercera hija y la oscuridad ha desaparecido. No me atrevo a borrar aquellas paredes, quiero que esos bastardos paguen por todo el dolor causado a una niña tan inocente, que no creo que jamás vuelva a ser inocente, ellos le robaron esa inocencia. Necesito pruebas para que, en la oscuridad, brille por fin la justicia.

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