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sábado, 8 de septiembre de 2012

Jaque Mate.

Bajar la mirada y quedarme allí, paralizada, no sé que hacer. Todo mi ser ignora a mi mente, todo mi ser quiere lanzarse fríamente hacia aquella muchacha que ahora solo tenía ganas de matar, aunque antes hubiera sido mi más pura perdición. Levantarme de aquel frío asiento, de aquella manta que está sobre el suelo y que no produce el aumento de calor deseado. Mirar aquel hermoso rostro y sonreír con un claro síntoma de tristeza en el rostro. "Ya no eres la chica de la que me enamoré." Pensé para mis adentros y me giré, conservando la poca dignidad que me quedaba después de todo lo que me habías arrebatado. Me encaminé para casa, con las lágrimas acechando tras estos iris verdes pistacho, sabía que en casa solo me esperaba mi soledad pura y dura, que solo me quedaba tumbarme a esperar la muerte y, en realidad, eso era lo que más me dolía. Tú habías dejado de ser el punto de atención de mis problemas. Tú, para mi, directamente ya no existías. Pero me frustraba que hubieras logrado que solo deseara acabar con mi vida para olvidarme de todo el dolor, porque aquellos días grises ya los había olvidado... Hasta que llegaste tú y nublaste mi felicidad tras todas esas mentiras, tras todos esos engaños, tras todas esas horas llorando por alguien que no sabe lo mucho que he hecho por ella. Llego a mi casa, una rosa azul en la entrada. La piso, la piso con toda la ira que recorre mi cuerpo y las lágrimas surcando mis mejillas sonrojadas por la frustración, la ira, y el desengaño. No, no me voy a dejar pisotear por ti ni una sola vez más, mi corazón a soportado que lo hagas trizas un millón de veces, no voy a dejar que juegues siempre a ser el corderito degollado, siendo de por sí el lobo. Ahora ya no, no dejaré que vuelvas a jugar así con nadie, preciosa, no te dejaré que sigas jugando al juego que te has montado tú solita.
Dejo mis lágrimas apostadas sobre la almohada, dejo cada sentimiento entre las sábanas y salgo de la cama. Me meto en la ducha, lavo cada centímetro de mi, no quiero seguir sintiendo tu tacto sobre mi piel. Salgo de la ducha y coloco mi albornoz sobre mi cuerpo desnudo, comienzo a secar cada centímetro de mi, con cuidado, con esmero. No quiero salir del baño, todo mi cuerpo quiere correr a tu encuentro. No quiero rendir de nuevo mi mente al más salvaje de los instintos animales que aún conserva el ser humano, no quiero volver a mirar tus ojos marrones desde la realidad. No quiero verte, pero ya estoy vestida y me encamino hacia tu portal. No sé como mis pies han conseguido sacarme de casa, no sé como mi alma perturbada por la soledad todavía se aguanta en pie. No lo sé, solo sé que la puerta ya la he cruzado, tu esperabas en el umbral, he pasado a tu lado y te ha dado exactamente igual. Me siento en ese sofá, sé perfectamente lo que quiero hacer, pero algo en mi interior me dice que no sea tonta, que no lo haga, que eso me traerá más dolor del que ya me has causado. Eso frena un poco mi cuerpo, hace que la vida parezca más real y me quedo un segundo observándote desde mis pensamientos. No, definitivamente, tengo que acabar con esta estúpida sensación, de este estúpido deseo inhumano que me lleva a cogerte de la cintura, acercarte a mi y clavarte las uñas de mi mano derecha, la que no te sujeta la cintura, en ese cuello. Veo tus labios enrojecer para luego volverse de un morado pálido que me garantiza que ya casi he acabado. Tú te quedas quieta, mirando como me destrozo la vida, en el fondo sabes perfectamente que esto es la mejor jugada de tu vida, lo peor que me puedes hacer manteniéndome con vida. Dejarme ligado a ti con un hilo que nadie se explica.
Veo la vida escabullirse de tu mirada, veo tus ojos inyectados en sangre aflorar fuera de este mundo, veo tu último suspiro emanar de tu boca.
Tumbo tu cuerpo, muerto, sobre la alfombra rosa y comienzo a echar gasolina sobre ti, veo tus ojos abiertos y me atormenta que puedas estar viendo lo que estoy haciendo así que te los cierro en un intento por callar la vocecita que me dice que he obrado mal. Echo gasolina también sobre los muebles, tranco la puerta y prendo fuego a todo. "¿Con eso no contabas, eh, Ludera?" Pienso para mis adentros y me regodeo un poco de lo mal que te habría sentado que no te recordara para siempre, que no viviera con el mal estar de haberte arrebatado tu juego, me quemo lentamente mientras me despido del dolor que me causaste y de todo lo que ya estaba perdido. Me despido con un precioso Jaque mate que susurro con mi último suspiro.

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