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martes, 4 de septiembre de 2012

Me Encanta.

Pasear por la acera de enfrente a tu calle, detenerme en seco pensando que no estarás mirando por la ventana y decidir mirar. Equivocarme y toparme de lleno con tus ojos marrones mirando mi aspecto desaliñado, querer esconderme bajo tierra para que no sepas todo lo que pasa por mi mente cuando veo tus ojos asomar por detrás de esas preciosas gafas. Correr calle abajo para evitar toparme de nuevo con el vacío cegador de tus ojos, con la sensación de vacío que me causa no poder besarte y cerrar esos témpanos de hielo que tienes incrustados en esos preciosos iris marrones que decoran tan mágicamente tu rostro, tú lo dices todo y ellos ocultan lo que tú gritas. Llego exhausto a la esquina de la calle y me siento en mi portal para tomar aliento. Me quedo allí, sentado, con la mirada clavada en la parte de arriba de aquella cuesta, donde está tu ventana, donde hace unos minutos estabas tú, mirándome impasible desde allí. Congelando mi corazón y calentando mi mente. Se escapa la lluvia de las nubes oscuras, yo sigo sentado en la entrada de mi casa, con la mirada perdida en la oscuridad de tus ojos. Con la mente clavada en ese segundo en el que me crucé de lleno con esos flamantes ojos marrones. Y me quedé encandilado para siempre con ellos, aunque mi amor por ti viniera ya de antes. Pero es que aquellos ojos absorben el alma de cualquiera y la transforman para crear un ser que depende únicamente de la luz que emanan esas pequeñas piezas marrones. No soy yo, algo me ocurre, mi cuerpo está agotado pero mi mente sigue pidiendo que vuelva corriendo cuesta arriba a buscar esos ojos, esos labios, esas mejillas sonrojadas, esos cabellos cobrizos, esas manos delicadas que me encantaría que estuvieran recorriendo mi espalda. Despierto levemente de mi letargo y observo una sombra recorrer la cuesta hacia donde yo estoy sentado. Veo brillar una melena cobriza y mi pelo se eriza como si hubiera visto un fantasma. Sin dudarlo dos veces, todo mi ser, ignora mi miedo y levanta mi cuerpo que en seguida corre al encuentro de los ojos que han capturado mi alma para siempre. Detenerme a escasos metros de tu flamante cuerpo, jamás te había visto entera, solo podía observar tu belleza desde esa alta ventana que había sido testigo de tantas noches a la puerta de tu casa, esperando verte salir y decir buenas noches a una estrella fugaz.
Tú te acercas, con los ojos clavados en los míos, yo me quedo allí, paralizado, sin saber bien que decir, sin saber como reaccionar, sin saber lo que pasa por tu mente en aquel segundo que tardaron nuestros labios en encontrarse. Por fin consigo cerrar esos fríos ojos.
-Por cierto, soy Sudane, ¿Tú?- Dije como pude al despegar mis labios de los tuyos.
-Yo no soy nadie, solo sueños de los transeúntes que se pegan a la ventana y se recrean torturando a los soñadores.- Dijo la muchacha mientras su imagen se fundía con el fondo de la calle, mientras desaparecía el amor de mi vida ante mis ojos sin poder hacer nada. Esperé bajo aquella ventana el resto de mi vida, esperé a que aquella muchacha me recibiera con su flamante sonrisa y me dijera que volvía a ser mi sueño. Suplicar cada día a las estrellas que me devolvieran aquello que amo, aquello que deseo, aquello que espero como un tonto, aquello que me encanta y se me escapó de entre los dedos.

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