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miércoles, 8 de agosto de 2012

Claro de Luna.

Las gotitas de rocío se agolpaban en las hojas de los árboles esperando a que una ráfaga de aire las tirara de nuevo al suelo y las destruyera para siempre. Ajned estaba en la hierba mojada, sentada, sin mediar palabra. Solo podía pensar, solo podía quedarse imnotizada con el brillo cegador de cada gotita, solo podía pensar que esas gotitas verían la muerte mucho antes que ella... La desesperación de la soledad la consumía lenta y dolorosamente, de una manera tan cruel que todo parecía más sosegado, más tranquilo, más compadecedor. Pero la maldad de la vida la había echo más fuerte, más resistente, más dura. Las heridas que el destino infringía sobre ella se disipaban mucho más rápido que sobre el resto del mundo, se disipaban cuando tocaba fondo. Lo tenía tan visto que le ayudaba a sobrevivir, le ayudaba a ser quien era, le ayudaba a respirar cada día con la fuerza necesaria para no sentir su propio miedo.
Se levantó del suelo, cogió aire y se dispuso a caminar de regreso a su cabaña en el bosque, el camino estaba plagado de rocas que interferían en su caminata, pero Ajned ya estaba acostumbrada a caminar por allí y se sabía el camino más sencillo. Llegó a la cabaña, abrió la puerta, se metió en la cama y se quedó dormida. Soñó que la mañana le traía un nuevo universo, un nuevo renacer, una nueva vida que curara sus heridas. Los ojos de Ajned se entreabrieron con cuidado cuando el sol entró por entre las cortinas y la deslumbró. Sus pupilas se contrajeron y los ojos se quejaron por el exceso de luz.
Llamaron a la puerta, era Harold, entró en la pequeña cabaña mientras Ajned se ponía su bata verde. Se sentó en la cama de la muchacha y la miró con los ojos encharcados en lágrimas. Nunca demostraba así lo que sentía, nunca le había visto llorar, nunca. La mente de Ajned se desató y le besó, no pensó, solo actuó en su propio beneficio, mejor no pensar y actuar sin más.
Se tumbaron en la cama de la chiquilla abrazados, sin más, no mediaron palabra, solo se tumbaron sobre la cama a estar juntos, a conseguir recuerdos que tapen el dolor de los viejos. La mirada de la luna les dejó una sensación de tranquilidad, de que lo estaban haciendo bien, de que todo sería mejor así, que el destino lo había hecho así y así tenía que ser...

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