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domingo, 5 de agosto de 2012

Amanece.

En la terraza, Eidan, observa el frío del amanecer vestido solo con su bata. Las corrientes de aire mecen su cabello castaño claro, mientras el cigarro se consume sin apreciar ni una sola hora de vida.
El sol estaba asomando su luz por detrás de los edificios más altos de la desierta ciudad y, Eidan, comenzaba a ver con claridad. La calle estaba despertando en silencio, con una pequeña capa de niebla decorando y creando un ambiente un tanto fantasmal. Las personas comenzaban a salir de sus camas y a vestirse para un día más de vida, para un ajetreo intenso que lo mantuviera ocupados hasta el momento de la noche.
Eidan notó que Aisdeun se había despertado, aún era pronto para ella, y se giró con cautela para encontrársela desnuda, detrás de él, con un vaso de agua que se acababa de beber.
-¿Qué haces despierta?-Preguntó con la mejor de sus sonrisas, a esa chiquilla le había cogido cariño.
-Tenía sed.-Dijo ella con una sonrisa, pero aún un poco adormilada.-¿Vuelves a la cama? Aún es pronto.-
-Voy en un rato, me gusta ver esto.-Dijo y señaló a la ciudad, que ya empezaba a dar señales de vida. Aisdeun se asomó a la terraza y se quedó allí, abrazada a Eidan. Mirando como la ciudad despertaba y nadie lo podía evitar, la señal más clara de que somos hormigas en un mundo enorme, que da igual lo que hagas, siempre habrá alguien que lo hará mejor que tú. Solo hay que encontrar a alguien que aprecie tu forma de hacer las cosas, de hacerle sonreír, de dedicarle una sonrisa y que eso te haga estar contento.
Volvieron a la cama, con pocas ganas de dormir, pero les esperaba un día difícil y necesitarían estar al cien por cien de su fuerza.
El despertador sonó a las doce de la mañana para indicar que el día empezaba para la pareja. La primera en despertarse fue Aisdeun, que preparó un exquisito desayuno para empezar con energía el día. Vio colgado del armario su vestido de novia y se le hizo un nudo en el corazón. Pero en ese instante, Eidan, la cogió por detrás y, en un segundo, la abrazo y besó, de tal forma que todas sus dudas se desvanecieron. Había hecho bien en no casarse, él no era el adecuado y no la haría feliz, sin embargo Eidan la estaba enseñando todo lo bueno de la vida. Le había enseñado a sonreír cuando nada lo merece, a recitar sus sentimientos para que el mundo los oyera y a recibir cariño de un hombre del que no se esperaba enamorar y lo había hecho. Se quedaron allí, mirando su imagen en el espejo del armario, en silencio, solo abrazándose para demostrar que el cariño que se tenían era mucho más intenso de lo que ellos creían.

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