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domingo, 18 de noviembre de 2012

Un solo Segundo.

La noche despuntaba por detrás de aquella colina, con la luna llena brillando sobre las aguas de aquel frío acantilado, con los pulmones llenos de aire salado que se exhala como último respiro, antes de saltar... Dejando todo mi dolor de lado, pero hoy no. Hoy no iba allí a saltar, no iba para acabar con todo, iba a crear un nuevo comienzo, distinto, perfecto, ideal y sincero. Un nuevo comienzo que esperaba que cambiara todos los finales tristes que se habían labrado con desconfianza y dolor, muchísimo dolor. Noches enteras llorando sobre las almohadas mojadas de por sí, porque la noche anterior ya había estado llorando... Porque cada noche la luna trataba de secarte las lágrimas sin lograr nada. 
No sabía muy bien que iba a hacer aquel crepúsculo, no sabía muy bien si todo me iba a salir bien, no tenía ni idea de lo que pasaría, solo sabía que era lo correcto, que tenía que luchar por conseguir todo aquello por lo que llevaba llorando tantos años, tanta vida le quedaba como pétalos se detienen al caer sobre el suelo frío. Demasiada vida, demasiada para permanecer sola, sin amor. Sin ni una sola gota del perfume de la vida: Una mezcla de calor humano y besos desperdigados en un tiempo ya lejano que tarde o temprano recurriría a volver a besarla, que volvería. En algún punto del camino la muchacha se perdía, entre el cruce de la soledad el del amor sin sinceridad, siempre elegía lo más sencillo, lo más humano, lo más equivocado, pero lo que cualquiera hubiera elegido. No podía seguir fingiendo que quería aquello que no merecía el tiempo que ella le había regalado, no, no se merecía ni siquiera las noches en vela sin parar de llorar por él. No se merecía ni una sola de esas gotas saladas que resbalaban por sus mejillas. 
No puede más, el frío y la desesperación se posan sobre sus gélidos pulmones y absorben toda la alegría con que la noche había comenzado... No, no podía más, si seguía así acabaría por rendirse y lanzarse acantilado abajo. Sin mirar ni un segundo hacia el pasado alegre... Ese quedaba tan lejos que no creía que lo volviera a ver nunca, no creía que jamás sintiera de nuevo que era feliz... No podía ni creer que la luna estuviera ya escondiéndose por detrás de aquella montaña, no podía ser, llevaba allí tanto tiempo ya que la piel parecía esconderse del frío. Cogió su teléfono, las cinco de la madrugada, no podía ser, él debía estar allí hace dos horas. Marcó, rápido, sin pararse mucho a pensar. Ese teléfono se lo conocía perfectamente.
-¿Amiend? ¿Dónde estás?- Dijo ella intentando contener esas lágrimas que acusaban sus ojos...
-Lejos.- Respondió la voz del muchacho que no pretendía acudir en el rescate de aquella chiquilla.
-¿No habíamos quedado hoy en el acantilado a las tres?- Dijo ella intentando que él no se diera cuanta de que derramaba muchas lágrimas desde hacía bien poco.
-Sí, pero no puedo ir.-Dijo él.
-¿Por qué? ¿Y por qué no me has avisado?- Dijo ella ya sin importarle nada, sin ni siquiera impedir gimotear. 
-Porque no puedo decirte lo que siento, no me parece elegante demostrar todos mis sentimientos.- Dice él haciendo que la chiquilla llore con más fuerza.
- La vida no es elegante, si no la muerte pediría permiso en lugar de llegar sin avisar y hacerte desaparecer, en lugar de borrarte del mapa sin mediar ni un solo sonido entre ambas partes, mudas, sin sentido.- Dice ella, llorando, intentando que él entienda todas sus palabras. Acaba dándose cuenta de que él ha colgado, que no le queda nada que hacer por allí. Decide cambiar el comienzo, el final y todo lo que queda por el camino que une ambos puntos. Decide acabar con todo. Allí, sin más, sin miedo. 
Se pone a la orilla del acantilado, con la mirada puesta en la luna que comienza su descenso por le cielo.
Pasos, detrás de ella oye fuertes y rápidos pasos. No quiere girarse, esperará hasta que aquella persona que corre en la madrugada se pierda entre la maleza antes de saltar.
-Por favor, dime que no vas a hacer semejante gilipollez por mi, dime que no vas a dejar el mundo sin tu belleza y tu forma de ver la realidad solo por que yo haya sido un completo idiota y casi te haya perdido. Por favor, no seas boba y ven a abrazarme, aunque no tengas demasiadas ganas.- Oye la chiquilla tras de sí. Sabe perfectamente quién la habla, sabe perfectamente quién está detrás de ella. No es la persona que la colgó, es por el que lleva llorando tanto tiempo, por el que ya no le quedan fuerzas. 
-Si te crees que es por ti, estás equivocado, hace tiempo que me olvidé de que existías.-Dice ella mientras las lágrimas le suplican al orgullo que corra al encuentro de la persona a la que ama. 
-De acuerdo, pero no lo hagas, por favor.- Dice él.
-No pretendo hacerlo, no si hay alguien delante. No quiero que nadie me recuerde, si me ves morir me recordarás.- Dice ella, las lágrimas ya ahogan las pupilas de ambos, ya no se oyen más que sus sollozos. 
Pasos, oye unos pasos tras de sí. Ve su sombra, siente su mano. Se ha puesto a su lado, en la orilla de aquel acantilado y la ha cogido de la mano. Ella desea besarle, él desea salvarla de sí misma. Se alejan suavemente de la orilla, se abrazan, se besan, sienten el calor de sus brazos, no sienten soledad, ahora se tienen el uno al otro.

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