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jueves, 11 de octubre de 2012

No Quiero que Veas mi Miedo.

Camino por la sala con las manos temblorosas y el corazón a punto de sobre salir del pecho. Camino entre la gente buscando que no me miren, que no se extrañen y que me dejen seguir el camino de la salita hacia el mostrador sin pararme a dejarles pasar para que la muerte no me encuentre. No quiero mirar esos ojos que han visto la muerte de más cerca que muchos seres humanos, por suerte para la humanidad. No quiero mirar aquellos ojos que sé que tienen la inocencia a flor de piel y no sienten el temor de sus padres, no sienten mi propio temor y mi propia condescendencia ante el temor de la persona que me acompaña. Odio ser la fuerte, odio no poder saltar a llorar como una niña desvalida, odio mucho que tú te esté conteniendo las lágrimas para que yo no sepa que eres débil, ya lo sé, no me importa. Soy fuerte por las dos y deberías darte cuenta.
Llego a la sala, me siento en las escaleras y comienzo a ver aquellos rostros enfermos, aquellos niños que no sienten todo el miedo que se respira en la sala maquillado con sonrisas y buenas palabras. Miro los rostros de los más pequeños, sus grades ojos angelicales y sus sonrisas inesperadas detrás de tanta amargura a las espaldas. Después de tantos años sin poder ser niños propiamente dichos, después de pasarse media vida tumbados en una camilla esperando a que se tirara ese dado del destino y decidiera si seguían siendo niños. Un número afortunado en la sala... Bueno, quizá hay más, pero yo me considero de los afortunados de verdad. De esos que por la noche no se acuestan pensando que igual no vuelven a ver el sol. Oigo mi nombre en el altavoz, me levanto, miro la niñita de ojos claros y sonrisa constante que juega con su hermana y veo como corre al encuentro de esta riendo, ajena al miedo de su madre que lo noto en sus ojos. Ajena a que puede que no salga algo bueno de aquel día. Ojalá yo también estuviera ajena a la verdad... Todo sería más fácil, menos duro.
Camino y noto que me tiemblan las piernas, noto que se me hace un nudo en la garganta y tengo que retroceder despacio esperando a que la huella del miedo se borre de mi rostro, no quiero que ella se de cuenta de que no soy tan fuerte, de que tengo miedo de lo que me puedan decir. No quiero que pueda traducir de mi rostro que en realidad enmascaro todo mi dolor detrás de una sonrisa dulce y falsa que hace que no sepa nunca lo que me pasa. Me da miedo que se derrumbe porque yo no pueda sujetarnos, me da miedo que el miedo nos consuma a ambas. Por fin me atrevo a entrar, solo me he permitido un segundo de tranquilidad antes de entrar a conocer mi camino, lo retorcido y maquiavélico que quiera ser el destino conmigo, no me importa. Solo quiero no ver lágrimas en esos ojos que me acarician la espalada en signo de cariño.
Me siento en la silla y no escucho nada de lo que dicen , dejo que pase el tiempo mientras pienso en todos los que me esperan en casa, en todas esas personas que siempre están ahí y que, el día anterior, me habían hecho sentir genial y querida. Había acabado llorando de felicidad por teneros conmigo simplemente, por saber que tenía a tanta gente fantástica que me abraza. Gracias por esos momentos y perdón por mis rayadas.

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