El ruido del timbre me despierta de mis recuerdos, disipa esa fina nube que se ha formado sobre mi cabeza y que ahora ya no recuerda. Me levanto del sofá, me acabo de dar cuenta de que estoy sola en casa. Contesto, tú. ¿Qué haces que no estás trabajando? Cuando subas lo averiguaré. Entras por la puerta, empapado en lágrimas y sudor. No quiero saberlo, sé que no quiero saberlo. ¿Cuánto tiempo estuve recordando? No pudo ser tanto como marca el reloj... La mirada se posa sobre las agujas de ese reloj, que antes marcaban dos horas y media menos. Tú me despiertas de mi ensoñación con un beso, eso tranquiliza todo mi cuerpo, me abrazo a ti, aunque noto que estas sudando y es lo que menos te puede apetecer, pero tú me abrazas más fuerte y noto como tus lágrimas se posan sobre mi pelo, como te escondes de la tristeza entre mis cabellos.Y yo te abrazo más fuerte.
Te cojo de la mano y te siento en el sofá y, entonces, te digo:
-No sé lo que te pasa, pero no quiero verte llorar, así que, ¿Ves aquella pared? En ella fue donde me besaste la primera vez que subiste a esta casa, allí fue donde me dejaste sin aliento por primera vez. Y quiero que pienses en aquella tarde, que recuerdes todo lo que sentimos en cuestión de segundos y que sonrías otra vez. Después puedes contarme lo que haya pasado.
Vi a mi amor esbozar una sonrisa fingida, le vi mover los labios y contarme lo que ocurría, y más tarde también le vi marchar, pero solo porque le obligó la vida. Si ella no le hubiera obligado, hubiera continuado a mi lado, porque realmente me quería y eso es lo que yo siempre guardaré en esa pared, siempre lo mantendré enlatado para recordar todo lo que ha pasado.
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