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martes, 22 de marzo de 2016

Pray for the World

SIRIA:
Me levanto como cada mañana, muy temprano, aposento mis rodillas en el suelo y comienzo mis rezos. Ni siquiera ha salido el sol, todavía es tan pronto... El cielo que observo por mi ventana solo clarea al contraste con la luz de las estrellas, el resto es infinidad teñida de la más profunda oscuridad. Mis cánticos son lo único que se escucha en toda la casa, mis padres aún no han despertado.
De pronto escucho un gran golpe sordo, como un disparo muy fuerte, mis oídos ya no oyen más, solo un pitido ensordecedor que me impide poder escuchar lo que está ocurriendo a mi al rededor. El miedo se apodera de todo mi cuerpo, no sé qué hacer, ni dónde ir, ni cómo huir. Pero el tiempo no corre en mi beneficio.
De pronto el techo se derrumba sobre mí y ya no oigo nada. No veo nada. No huelo nada. No siento nada. ¿Mis padres se levantarían para el rezo? Sinceramente espero que esto los pillara durmiendo, que no hayan sentido el miedo que yo he sentido. Ya nos veremos más allá de este mundo.

NIGERIA:
Me despierto en mi pequeña chabola, las paredes cada mañana se me hacen más estrechas y agobiantes, mi corazón solo quiere hallar algo por lo que seguir adelante, por lo que seguir viviendo, un día más. Me levanto y veo a mis hijos postrados aún en sus camas, les beso las frentes y salgo en busca de agua. Cuando vuelva los despertaré y pensaremos en qué podemos comer. Aunque no pinta demasiado buena la cosecha este verano y ellos cada vez están más débiles.
Salgo fuera de mi caseta y allí me encuentro con un cielo en proceso de amanecer, una mezcla de añil, azul, negro y morado. Las estrellas como contrapunto en este trozo de tierra donde el miedo está a la orden del día. El silencio no existe en esta parte del mundo, miles de insectos resuenan por todos lados haciendo imposible escuchar mucho más.
Pero eso no lo oigo. No necesito oírlo. Algo choca con fuerza contra la tierra de mi aldea y todo se convierte en llamas y destrucción. Mi último pensamiento antes de dejarme vencer al fuego, es la imagen de mis hijos en sus camas. Y un deseo atronador porque sigan bien.

BRUSELAS:
Por fin me voy de viaje, llevo tanto tiempo esperando esto... Tenía muchas ganas de tomarme unos días y salir de la rutina. Mi avión sale sólo en unas horas, y cada vez estoy más impaciente. Cojo mi coche y me dirijo al aeropuerto cargado con mi maleta y mi equipaje de mano. Van a ser unas vacaciones geniales.
Cuando llego veo a muchos niños correteando por los pasillos, jugando entre las sillas, gritando, riendo, saltando... Me siento a esperar que sea la hora de embarque, con un periódico en el que leo la noticia que es protagonista estos días en todos los medios: Europa abandonando a su suerte a esos refugiados.
Lástima que tengamos un gobierno tan atroz, esas personas no merecen todo lo que están pasando, merecen huir del miedo y del sufrimiento, merecen vivir. Merecen ser felices y poder dar a sus hijos la vida que ellos no han podido tener. De pronto el aeropuerto se llena de un sonido ensordecedor que nos calla a todos al unísono, para luego hacernos correr de miedo, algo ha explotado en alguna parte del aeropuerto. ¿Qué está pasando? Solo pienso en salir de allí, en volver a ver el rostro de mis padres y de mis hermanos, en volver a mi estúpida oficina antes de tiempo incluso, en volver a tumbarme sobre mi cama cansado después de un día duro.
Intento salir pero la gente se agolpa contra las puertas de salida. No hay forma de escapar y el fuego ha empezado a devorar todo a su paso, el humo me quema los pulmones, saco mi pañuelo del bolsillo y veo a una niña, de aquellas que correteaban, asustada a mi lado, tosiendo. Ha debido perder a sus padres entre el gentío. Le cedo mi pañuelo para que respire a través de él y yo me despojo de mi camisa para hacerme otra mascarilla, no me salvará la vida, pero me dará tiempo. Intento que la niña avance entre la gente mientras mis ojos arden por el humo. No queda mucho tiempo, me estoy ahogando. Caigo rendido en el suelo y escucho como la gente corre a mi alrededor, yo me he rendido. Poco a poco cierro los ojos y mi último pensamiento es: ¿Qué hemos hecho? ¿Qué ha hecho el mundo para merecer este dolor? Y por último: La niña. ¿Habrá salido?

No importa tu raza, no importa el color de tu piel, no importa tu religión, tampoco tu condición. Nadie tiene derecho a hacerte sufrir el miedo y el dolor de un atentado. Nadie merece quitarte la vida por tus ideales o por los suyos. Eres una persona y mereces PAZ.

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