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lunes, 23 de diciembre de 2013

Y te Marchas.

Sale el sol, un día más, unas horas más.
Cae la luna sobre sus cabellos rojos,
sobre sus ojos verdes que encandilan,
por encima de esa mirada que tanto miras.
Intento sosegar mi corazón y se desboca
al contacto atónito de tu boca contra lo
que se supone que es mi boca.
Aunque no estoy muy segura,
estoy perdida entre las sensaciones que
se encuentran en mi alma, en mi tormenta.

Salgo de la habitación, me miras, yo solo callo.
Salgo de la casa, con los ojos hundidos en llanto.
Te quedas en silencio, susurro cosas que no
encuentran sentido alguno en tus oídos,
me buscas, te encuentro. Me rindo, me salvas.
Y así nos pasamos las mañanas, entre la tempestad
y aquella ansiada y turbulenta calma.
Cantas en mis oídos algo que anoche susurrabas,
me quedo callada tratando de descifrar lo que cantas.
No sé, tal vez no quede nada por saber.

Se hace la noche, se queda la casa a oscuras,
no te importa. Solo me cuidas mientras yo,
como siempre, me lamento entre sábanas.
Entre sentimientos que se disipan en un momento
en el que deberían mantenerse vivos. Y me besas.
De nuevo marcas mis labios con los tuyos enrojecidos,
por el frío, de la estancia en la que acontece todas las
maravillas de este mundo conocido y por conocer.
Gracias mundo por este regalo, gracias por dejar
que goce de su compañía en mi letargo.

Hundo mi mano en tu melena y te beso de nuevo,
rozas mis brazos con la punta de los dedos mientras
sigues el trazo deforme de mis cicatrices,
siguiendo con tus uñas mi dolor y mis sueños
que un día rompieron en mil piezas que hoy,
con tus dedos, reconstruyes, débilmente me
hundes las uñas en mi espalda, me besas de nuevo,
me muerdes, me arañas y me vas desnudando poco a poco.
Me enciendo, mi calor me consume desde la punta de esos dedos
y te maldigo, por lo que acabas de hacerme, me desatas. Y te marchas.

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