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jueves, 20 de septiembre de 2012

Lágrimas de Agua Dulce.

Las estrellas desprendían aquella noche un brillo celestial que engancho la fría mirada de la muchacha que no podía dormir, que se había quedado enlatada en los recuerdos que nunca se volvería a repetir, porque nada volvería a ser como antes después de esa fría noche de verano que se veía cerca del amanecer y que escondía tras de sí una estela de penumbra y arrepentimiento. Se levantó de la cama en busca de un poco de clama, se sentó en el amplio alféizar de su ventana y comenzó a contar las estrellas hasta que la estrella madre se plantó en el cielo e impidió la visibilidad del resto. Ella se desperezó y se adentro en el baño. Se colocó frente al espejo, mirando fijamente sus ojos verdes.
-Buenos días, Lidia, ¿Qué tal estás hoy?-Se preguntó a sí misma en un intento porque la vida fuera más alegre para la joven solitaria.-Muy bien y hoy va a ser un día fantástico.-Termino contestándose demostrando su inagotable positividad. Se vistió y salió a la calle con una sonrisa fingida en el rostro y las lágrimas acechando tras sus pupilas, tratando de ver la luz del sol, intentando escapar de aquella sensación de vacío que invadía posesivamente su corazón y atenazaba su garganta. Caminó por la callejuelas de la ciudad, con el rostro siempre tapado con su capucha lila que trataba de llevar cada vez que salía a la calle, sus miles de defectos la hacían sentirse horrible y no merecedora de los ojos que la observaban mientras caminaba por las calles, no le gustaba que nadie la mirara directamente a los ojos y al mismo tiempo seguía buscando a aquella persona que supiera mirar dentro de ellos y ver toda la amabilidad, gratitud, simpatía y miles de experiencias que aquella chiquilla, de apenas veinte primaveras, había pasado y por la razones por las cuales seguía viviendo cada día con una sonrisa.
Sus pasos la habían llevado de nuevo al río, en el que un verano atrás, había sido la persona más feliz del mundo y había creído encontrar aquel que pudiera ver sus virtudes a través de la niebla de su mirada. Pero todo había resultado un vil juego del destino que había desatado en la muerte del muchacho y la vuelta a la soledad de Lidia, que luchaba por vivir cada mañana aquello que él ya no podría. Buscó un lugar apartado en el que sentarse y se sentó a contemplar el agua del riachuelo llegar a la potabilizadora y marchar río abajo de nuevo. Aquel proceso la hipnotizó y el sonido del las aguas bajando río abajo la encandiló aún más. Sin darse cuenta estaba en ropa interior y metido en el río hasta la cintura. Una suave brisa enfrió su cuerpo y un escalofrío lo recorrió durante un pequeño instante. No volvió a respirar si sentirse bien, no volvió a dudar de lo que debía hacer, no volvió a necesitar encerrarse bajo sus sábanas para que las lágrimas no la ahogaran. No volvió a su casa para no sentirse sola, se quedó en aquel río, acompañada de los peces, acompañada de su propia compañía y se sintió mejor de lo que se había sentido en toda su vida.

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