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sábado, 3 de marzo de 2012

Las Aguas del Destino

Ariel estaba fijamente mirando como la corriente se llevaba el único recuerdo que le quedaba de Oliver, desde la orilla, impotente a la fuerza de la naturaleza. Ese colgante era lo único que había conservado después de que, meses atrás, él le hiciera el corazón pedazos. No soportaba la idea de que la hubiera dejado y, mucho menos, de despedirse de todo lo que contenía un trocito de su alma, así que se lanzó al río sin pensarlo, sin darse cuenta de que aquello era una temible trampa mortal de la que no iba a poder escapar sin ayuda.
Oliver, la había seguido. Quería decirle que lo sentía, que se había equivocado y que no concebía su vida si no era a su lado. Al ver lanzarse a Ariel al agua sin saber el por qué, ni el cómo, se vio obligado a ir tras ella. Al llegar a la orilla se detuvo mientras las dudas embargaban su conciencia. Si saltaba probablemente murieran los dos pero no podía vivir sin ella y, mucho menos, sabiendo que podría haber intentado salvarla. Así que se lanzó al agua, nadó lo más rápido que pudo hacía el que era el amor de su vida. Al llegar vio como una lágrimas cubrían su moreno rostro y como contenía en una mano lo que, un año atrás, a él le había costado la paga de un mes. Ariel lloraba porque se había quedado atrapada, no se podía soltar, y estaba pensando en si mantenerse a flote hasta que alguien pudiera sacarla o dejarse morir. Se miraron fijamente y, en ese mismo instante decidieron lo que iban a hacer. Se besaron profundamente, se agarraron de las manos y permitieron que el agua les fuera arrebatando poco a poco la vida. En el último minuto se miraron bajo el agua, como si supieran que más adelante se encontrarían para pasar el resto de su eternidad juntos. Como una promesa de amor maquiavélica y demasiado importante como para haber tomado en ese horrible momento.

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