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lunes, 19 de marzo de 2012

Mentiras de un Enamorado

El amor de una simple mirada. La ternura de una caricia. La pasión de un beso.
Nubes de algodón mirábamos desde aquel acantilado sombrío y frío. Imaginábamos formas sin sentido en aquel cielo azul y brillante. Él, cada poco, me miraba de reojo creyendo que yo no me daba cuenta. Le quería pero no podía decírselo, no en ese momento, no en aquel lugar. Todavía no. Nada valía la pena, si él estaba con Sharza yo no tenía nada que hacer. Ni que sentir. Las miradas eran mutuas, yo le miraba cuando él no miraba y viceversa. Él quería a Sharza pero no se si me quería a mi también, no indagué. después de aquella tarde no le vi en unos cuantos años.
Era una tarde de otoño, fría y de fuertes vientos. Vientos que se llevaban las hojas granates de los árboles, hojas que no se quedaban en un lugar concreto, viajaban hasta mi mente. Y tal vez a la de Zarh, el chico de las nubes, como yo le llamaba. Zarh y yo nos encontramos en el parque que, años atrás, había sido lugar de nuestro primer encuentro.
Antes de que Zarh estuviera con Sharza, él y yo estuvimos juntos. Pero todo acabó por ella, porque resultó ser la esposa de Zarh. Esposa que se había ido sin decirle adiós a nadie y que ahora volvía con los ojos llorosos y la mirada perdida. Pero nos queríamos y al principio no nos quisimos separar, pero esa situación no se sostuvo y tuvimos que dejarlo. Ese año los árboles del acantilado eran preciosos y, en silencio, nos sentamos a imaginar formas como unos años antes.
De pronto, Zarh, se acercó a mi, me cogió de la mano y me dijo que me quería. Que siempre lo había hecho y siempre lo haría así que le besé, sin pensarlo dos veces. Le quería desde que su mirada se cruzó con las formas de las nubes y con mi mirada.  Sentía el gran amor del principio y era feliz, no quería que aquel momento se acabara, pero se acabó. En el momento en el que eso acabó pude ver como la mirada de Zarh se quebraba. Entonces me contó que se moría, que su mujer le había estado envenenando, creyendo que él no lo sabía. Él simplemente se quedó mirándome y, así, nos dejó a todos. Yo vengué su muerte y denuncié a su mujer, no sirvió de nada. Se había guardado bien las espaldas y no fue a la cárcel. Nunca recibió su merecido. Cosa que odio, porque yo si que quería a aquel tonto soñador de las nubes.

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