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jueves, 12 de mayo de 2016

Cerebro y Alma.

Nuestro cuerpo es un conjunto de seres vivos microscópicos que funcionan al mismo tiempo con una función común: mantenernos y mantenerse a salvo. Las células para trabajar por el bien común y, gracias a ello, nos confieren un estado estable para regular nuestra actividad diaria, y buscar así nuestra felicidad. ¿Cómo son capaces de regularse de forma coordinada seres que no tienen la evolución del razocinio? Esta pregunta, aún hoy, a encuentra vacía. Es un misterio sobre el que múltiples autores han escrito. Una pregunta que resuena en las profundidades de nuestro inconsciente. Un misterio eterno sin respuesta final.
Muchos han teorizado al respecto, hoy sabemos que las células se rigen por impulsos eléctricos y supervivencia. Buscan su beneficio y, al mismo tiempo, responden órdenes que alguna parte de nosotros les envía. A esto se le puede llamar alma.
Una fuerza inexplicable dónde se une nuestros instintos (casi inexistentes), con aquellos sentimientos que nos dan el valor de ser humanos. Aquellos que nos diferencia de los animales, lo que nos enseña lo que está bien y lo que está mal. Tal vez sean más impulsos nerviosos luchando en contra de mis células cerebrales. Tal vez sea una energía que jamás desaparece y que nos da un camino que escribir, con sangre, sobre la arena del mismo. Un lugar dónde dejarte desde las esperanzas y los sueños, hasta la mismísima vida.
Es un pensamiento muy abstracto, un montón de sentimientos que se superonen y que interpretamos.
A veces me miro en el espejo y, la imagen que se me devuelve, no es la que yo estaba esperando, no es la persona que yo me siento. A veces de repente el reflejo sonríe y, en sus ojos, veo justamente lo que estaba pensando: Esa pequeña psicópata, más vieja que la propia humanidad.
Otras veces es la persona a la que busco lo que cambia. A veces me busco sólo a mí, está estúpida mortal que no deja de sufrir y aún así se levanta, ella es débil, lo sé. Pero es ella quién me da mi humanidad, ya no es una persona repleta de sentimientos confrontados, que se destruyen entre sí.
Es paz.
Es la más pura tranquilidad sumida en un alborotado y oscuro caos, que se aposta a ambos lados de mi mente, entre lo que todos ven de mí y lo que sólo yo veo. Una mujer que puede ser débil, pero que lo da todo en cada latido y de la que estoy orgullosa. Una mujer débil a la que no le asusta, ni lo hará nunca, su debilidad.
Suelo quedarme largo rato mirando mis ojos azules verdosos, que se aclaran para alcanzar ese color azul grisáceo del color del cielo tormentoso a punto de romper en mil rayos y centellas. Entonces soy calma. Y no siento nada, no me duele, no siento ira. Simplemente, en esos momentos, soy una carcasa vacía a la que le falta una pieza de color verde que le da vida, esa pieza que interpreta con descuidado desconcierto, todo lo que sucede a su alrededor.

       Tal vez nos trague el infierno,
        pero aún me queda mucha vida.

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