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martes, 1 de marzo de 2016

Luna Premonitoria.

El silencio rompe con fuerza de mil maneras, estallando estrepitosamente contra mis oídos. Yo miro la lejanía desde mi ventana, ignorando el infierno que se ha desatado a mi al rededor. Yo lo he querido así, esto es culpa mía. Las llamas devoran ávidas todo lo que encuentran a su paso y yo voy cayendo en el suelo, con la sensación de que mi cuerpo se debilita por momentos, con la sensación de la tranquilidad absoluta sobre mi pecho. Justo donde los latidos de mi corazón se van apagando poco a poco, no noto nada, nada llega a entorpecer los sentimientos que mi cuerpo describe. Siento miedo. A pesar de todo soy "humana", tengo miedo de lo que está por venir. De lo que haya después de esta oscuridad que es ahora mi mente. Las llamas han empezado a devorar mi ropa y yo ruedo inconscientemente, aunque esta ha sido mi elección, mi cerebro me quiere viva. Yo no me detengo, tampoco intento huir, solo dejo que mi cuerpo sea devorado lentamente, mientras el fuego quema mi piel y el dolor lacera cada ápice de mi vida.
La oscuridad se hace total. Ya no me queda nada. Todo se ha acabado.

Y de pronto, ante mis ojos observo el horizonte despejado de otro cielo, observo la mirada de otros ojos, observo mi cuerpo intacto. Pero no es mi cuerpo. No el que era hace un momento.
Estoy sentada en lo alto del puente de la ciudad de San Francisco, un puente que se ha construido hace bastante poco, su color rojo brillante da una impresión, recortado contra el cielo, de ser infinitamente más pequeños de lo que nos empeñamos en decir. Los coches convencionales transcurren por debajo de mí y yo por fin me doy cuenta de que he tenido de nuevo otra visión. Una de las que están relacionadas con una de mis muertes, al menos esta no ha sido culpa de Zephyr. Esta ha sido mi elección y me temo que elegí bien. Gracias a eso la vida siguió funcionando tal y como tenía que ocurrir. Todo ha salido como tenía que salir. Y nada ha impedido que yo me encuentre donde estoy.

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