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domingo, 8 de julio de 2012

La Casa de la Esperanza

Calle abajo no me esperaba nadie, pero decidí seguir bajando. La luna nueva hacía que la oscuridad de la noche aumentara y el terror que se depositaba sobre mi piel también. Las sombras de árboles y casas parecían amenazantes con la tenue luz de la única farola que aún seguía funcionando a aquellas horas de la madrugada, cuando todos descansaban en sus confortables camas. De repente decidí pararme en el parque, no hacía demasiado frío, esa noche podía dormir allí.
Vi como la puerta de la casa de enfrente se abría y alguien se acercaba a mi.
-Hola- Dijo una niña muy mona.- ¿Qué haces aquí tu sola?¿No tienes casa?- Negué con la cabeza.- ¿Tampoco tienes familia o amigos que te acojan?- Volví a negar.- Yo seré la amiga que te acoja en su casa.- Dijo la niña con una sonrisa bonachona en el rostro.
-¿A tus padres no le molestará?- Pregunté, aunque deseaba aceptar aquella invitación, me dolía la espalda de tantas noches durmiendo al raso en el suelo o en bancos.
- Mis padres no están, volverán dentro de una semana y para entonces habremos conseguido que parezcas una niñera aconsejable y vendrás a trabajar para mis padres cuidándome. Estoy harta de quedarme sola cada vez que ellos se van de viajes de trabajo...- Dijo aquella preciosa niña de mejillas sonrosadas, cabello castaño y ojos de un azul tan intenso como el propio mar. Se notaba que intentaba evitar echarse a llorar, pero no quise meterme en lo que fuera que tanto la dolía y acepté su invitación.
-Lo primero que haremos será darte una ducha.- Dijo Charlotte cuando ya estábamos dentro de su casa.
-Dame tu ropa, la lavaré e intentaré que parezca nueva.- Me dijo mientras abría el agua calentita y esperaba a que el agua llenara la bañera. Aquel olor a geles y colonias... Hacía tanto que no olía ese olor... Hice todo lo que ella me pidió y me trajo un pijama de su madre. -Es viejo y ella ya no lo usa, pero cuando trabajes aquí no te hará falta, podrás comprarte uno tu misma, de momento te lo puedes quedar. Tu ropa parece otra con los arreglos que le he hecho, espero que te guste.- Charlotte tendría unos catorce años y era toda una señorita trabajadora, inteligente y autosuficiente. Supongo que sus padres no estarían mucho en casa y había aprendido a vivir sin ellos, pero se sentía sola. Lo veía en su rostro, lo veía en aquel gesto de amabilidad que había hecho al acogerme. Tras ducharme busqué a Charlotte y vi el maravilloso trabajo que había hecho con mi ropa, ahora eran un vestido precioso, antes una camiseta medio rota y unos vaqueros que no se como todavía aguantaban intactos.- Con lo que me sobró de los pantalones te he hecho una falda.- Dijo Charlotte apareciendo detrás de mí mientras apreciaba la naturalidad de las puntadas que la niña había dado en aquella tela, realmente era una experta costurera a su temprana edad.
- Me encanta, ¿Cómo lo has hecho?- Conseguí decir después de un tiempo en silencio perdida en el bordado superior del cuello.
-Cuando mi madre consiguió el trabajo en Nueva York me dijo que tendría que aprender a hacer muchas cosas y contrató a una niñera que me enseñó a coser, cocinar y limpiar. Después de que aprendiera todo eso, la despidió y me dijo que ahora era la dueña de esta casa, que me mandaría dinero todos los meses para que comprara todo lo que necesitara y vendría todos los fines de semana y puentes. No cumple sus promesas del todo, solo viene cuando tiene algo que hacer aquí, por eso necesito que te quedes conmigo...- Dijo Charlotte y entonces sí que se le saltaron las lágrimas y yo la abracé tan fuerte como mi madre me abrazaba a mí cuando echaba de menos a papá... Me tragué las lágrimas que inundaron mis ojos al recordar a mis padres.
- ¿Tú crees que me dejará quedarme en tu casa?- Dije a la niña esperando que me dijera que sí, era tan dulce... Que no se merecía sentirse sola, necesitaba una madre, aunque no fuera la real.
-¿Eso quiere decir que te quieres quedar a cuidarme?- Dijo Charlotte sonriendo debajo de todas sus lágrimas. Asentí con la cabeza.
La semana siguiente comencé a cuidar a Charlotte y ahorré todo el dinero para poder darle una buena vida a mis hijos, cuando los tuviera, sin dejarles nunca solos.

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