Me acerco con cuidado y pregunto al aire si están despiertes, no demasiado alto. Se sobresaltan un poco y me responden que sí, que se habían quedado allí simplemente dándose mimos. Quiero acompañarles, pero la realidad es que no entra un alma más en ese diván. Para mi desgracia.
Pero como si de leerme la mente se tratase, se levantan y me acompañan a la cama. Y allí nos recostamos, abrazándonos en nuestra plenitud sosegada. Dejando que pasen las horas del domingo sin que importe nada. Solo dándonos los afectos que necesitamos y bebiendo del amor que nos profesamos. Dejando que todo ocurra como tiene que ocurrir, sin planificar nada, solo dejándonos llevar por nuestros instintos. Fundiendo nuestros cuerpos en el cariño que nos tenemos.