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domingo, 31 de enero de 2016

Luna Escamosa.

Camino por el bosque, pisando con cuidado la nieve, está fría. Camino pensando en lo que me toca por hacer. Camino contoneando mi reptiliano cuerpo, contoneando los encantos con los que fui bendecida. Llego a la puerta, sonrío, mirando al portero con mis reptilianos ojos, me permite pasar sin casi dudarlo. Aunque creo que me hubiera dejado pasar igual.
Oigo quejas del resto de la cola, giro las cabezas de mis serpientes y, todas a un tiempo, le sacan la lengua a aquellos que me menosprecian. No, pequeños, no soy cualquiera. Soy de la realeza y he venido a matar al rey.
Me aproximo lentamente por la espalda de mi amigo, le rodeo con los brazos y le beso en la mejilla. Se gira y me mira sonriendo. Sabe lo que quiero hacer, lo sabe perfectamente, aún así se desabrocha la camisa y me lleva al baño. Allí me besa, hacía mucho tiempo que no me besaba, demasiado. Entonces saco la daga que llevo escondida en la liga, mi hermosa daga curva, aquella que mi humano me consiguió. Aquella que se perdió hace tantos años y ha vuelto a mí.
Comienzo a dibujar en su cuerpo con ella, tal y como mi alma me enseña que tengo que hacer. Actuando por puro instinto, actuando por lo que soy y lo que siempre he sido. Entonces me paro y observo mi obra, mi gran obra.
Él sonríe. Mientras se le escapa de su cuerpo cada ápice de todo. Y en el último momento, pone en mi mano algo que en ese instante no reconozco, algo que lo es todo y que brilla por encima de la oscuridad de la que estoy rodeada. Es una piedra, está conjurada, está envenenada, no me la puedo quitar de la mano, se ha adherido a mi piel. Y no es para mí.
No aún.

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