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domingo, 1 de julio de 2012

La Antropología del Corazón

Me dispuse a bajar la mirada tras haber estado diciéndole todo lo que pensaba, no quería que me viera aguantar mis lágrimas... Aquella noche supe que si no le olvidaba se me clavaría más en el alma y eso era un problema, ya que, él no me amaba y no merecía la pena estar llorando por alguien que no me quiere. Me armé de valor, le dije todo lo que sentía y luego me tragué mis palabras y huí... Huí, lejos del hombre al que amaba... Lejos de la tristeza que él emanaba... Lejos de mis propias lágrimas. No deseaba pasar ni un solo instante más en aquel lugar que me traía tanto recuerdos, tristes y felices. No deseaba que, cada vez que mirara por la ventana el viento me trajera su olor y tal vez su nombre... Así que recogí todo lo que realmente necesitaba y me fui a hacer lo que más me gustaba: expediciones selváticas buscando restos de civilizaciones ya perdidas que le dieran sentido a nuestras vidas.
Acabé en Guatemala, un país pequeño, comparado con las extensiones territoriales a las que yo estaba acostumbrada, en él encontré un Homo-antecesor  de una muchacha que había muerto a temprana edad estando embarazada de ocho mese, a punto de dar a luz a un bebé completamente sano que probablemente hubiera sobrevivido a las penurias de la época. Por un momento me vi reflejada en aquel esqueleto que, años atrás, había sido una muchacha realmente guapa. Y me hice la promesa de luchar por lo que quería para darle una vida a mi descendencia, para vengar la muerte de aquella mujer, para vivir la vida que ella no pudo tener.
Salí del país con el corazón encogido, la mujer y su feto serían expuestos en el museo de historia natural del país y no podía hacer nada para garantizarles un entierro digno, lo sentí por ellos. Me fui en busca de aventuras alrededor del globo, sin olvidar jamás mi promesa y llegué a la ciudad  de la que había partido, mis pasos me jugaron una mala pasada y mi corazón volvió a revivir los sentimientos pasados durante el mes que estuve allí esperando nuevas aventuras. Cuando me fui, marché estando sola, sin poder despedir a nadie y me sentí tan desdichada... Volví a recordar a la muchacha y eso me dio fuerzas para continuar.
Llegué al museo antropológico italiano por una llamada telefónica que me ofrecía un puesto como su antropóloga forense y acepté.
Ahora vivo aquí, con mi maravilloso marido Jousepe y mis dos hijos: Luccia y Mario. Meses después de mi llegada al museo italiano recibí una llamada desde Guatemala, en ella me explicaban que aquella muchacha era una descendiente española y que llevaba en su sangre cromosomas similares a los de mi familia, era muy probable que uno de sus hijos fuera un  antecesor de mi familia y eso me hizo ver que fue feliz, el tiempo que estuvo viva.

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