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sábado, 14 de julio de 2012

La Memoria del Dolor

Se zambulló en el arrecife de coral, buscaba un lugar tranquilo en el que sus pensamientos se ahogaran más rápido. Observó las maravillas que esconde nuestro planeta y deseó que estuvieses ahí... Pero te habías ido con la zorra de tu secretaria y la ira atenazó de nuevo su alma de tal forma que la respiración le faltó y salió, como pudo a la superficie en busca de aire limpio. Sacó la cabeza por encima del mar embutida en su traje de neopreno y respiró ondo, las lágrimas no habían aguantado mucho y ya resaltaban en sus ojos negros detrás de las gafas de buceo. Nadó hasta la isla que hay cerca del arrecife y se sentó en la arena de la playa mientras se quitaba el traje de neopreno y dejaba ver su cuerpo bajo un bikiny negro. Adela era una muchacha de veinte años con un cuerpo de escandalo. Tenía una estatura de uno ochenta, más o menos, era delgada, su pelo rubio resaltaba aquellas piedras de carbón que tenía por ojos y su miel oscura brillaba bajo el sol de medio día. cuando se hubo quitado el traje se sentó sobre la toalla que llevaba en la mochila del oxígeno y miró fijamente el horizonte esperando que la noche llegara y con ella se limpiara su alma. Se quedó allí, sin moverse, hasta que el sol se estaba poniendo y alguien se acercó por detrás y Adela se puso nerviosa.
-Hola.- Dijo una voz vergonzosa a su espalda.
-Hola.- Dijo ella y volvió a quedarse empeñada en descubrir los secretos del sol.
-¿Qué haces aquí, en esta isla, tú sola con este frío y en bikiny?- Dijo la voz tímida que se había sentado a su lado y le tendía una manta para tapar su cuerpo del frío. Ella la aceptó y siguió concentrada en la puesta de sol mientras las lágrimas celebraban una carrera a través de sus mejillas. el muchacho que se había puesto junto a ella la miraba con tristeza  y sentía que debía hacer algo por reconponer los trozos de aquel corazón roto. Así que, cuando hubo reunido el valor suficiente, se atrevió a preguntarle:
-Oye, ¿Te encuentras bien?-Dijo con un hilo de voz mientras Adela giraba su rostro empapado hacia el chico que esperaba que la respuesta se pudiera arreglar.
-No, Pero eso lo averigua un niño de tres años.- Dijo Adela que estaba muy enfadada con el mundo para darse cuenta de que había sido una completa imbécil.
-Vale, si lo sé no pregunto...- Dijo el chico levantándose del suelo para marcharse, en ese momento Adela le agarró del brazo para volverle a sentar.
-Lo siento, un mal día, pero no debería haberlo pagado contigo. Lo lamento, de verdad.- Dijo Adela mientras volvía a empezar a llorar.
-Eh! Adela, deja ya de llorar, seguro que lo que sea tiene arreglo.-Dijo el muchacho que conocía a Adela desde los dieciséis años y la amaba en secreto.
-No, no tiene arreglo. Mi marido me acaba de pedir el divorcio para irse a Las Vegas con su secretaria. No creo que eso tenga mucho arreglo.-Dijo llorando aún más.
-No creo que haya sido culpa tuya, será que tu marido es un poco idiota. Porque teniendo una mujer como tú en mi casa no dudaría en hacerla feliz todos y cada uno de los días de mi existencia terrenal.- Dijo sin aire en los pulmones y con muchas ganas de cumplir lo que acababa de decir.
-Pues, mi marido opina que su secretaria es mejor opción que yo.- Dijo reteniendo sus lágrimas que amenazaban con dejarla sin agua en su cuerpo. Sin poderse contener abrazó al muchacho en un acto desesperado por retenerlas sin mucho efecto. Se quedó allí, llorando sobre el hombro de Diego que se quedó paralizado pero, acto seguido, la abrazó metiendo su rostro en el cabello de Adela. Siempre había amado a aquella chica y ahora la tenía entre sus brazos, un sueño hecho realidad. Cuando dejó de llorar, sus miradas, se encontraron y se fueron acercando despacio, con miedo por lo que estaba sucediendo ahí. Un beso, suave, lento y mágico. Un beso que selló cuatro años de amistad para dar paso a una relación preciosa que duró hasta que Adela se tuvo que mudar para estar con su madre enferma. Aunque siguió amando a Diego.

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