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viernes, 20 de abril de 2012

Amor de gatos

Atardecer, la Torre Eiffel detrás de la extraña pareja. Dos gatos comían juntos en un callejón alejado de toda la polución que la ciudad contamina emite, sus pequeños hocicos se sienten arder por el picor de lo humos. Por eso cada vez que pueden huyen hacia el río, allí el aire es algo más limpio y las pisadas de los gatitos se pierden en la arena intentando encontrar un buen lugar donde pasar la oscura, húmeda y borracha noche. Hoy prefieren quedarse en aquel callejón, los ojazos naranjas de Perla brillaban detrás de las sillas del bar-restaurante del callejón. Mientras la luna se postra en el lomo de Carl, que brilla hoy mucho más que otros días. Ambos no brillan por estar limpios, si no por la cantidad excesiva de grasa que hay sobre su pelo. Ninguno recordaba alguna vez en la que les lavaron... Sus dueños habían fallecido y no tenían a nadie, solo el uno al otro...
Aquella Noche la luna era de un tono anaranjado y los gatos compartían un poco de pasta putrefacta que Carl había encontrado en el contenedor y por fin comían después de tres días sin hacerlo. Y eso era un grave problema teniendo en cuenta que Perla pariría en unas semanas y no estaba lo sufidientemente gorda para traer unos gatitos sanos a este podrido mundo. Pero se habían arriesgado.
En ese instante una niña se les acercó, les cogió en brazos y nunca les volvió a dejar que tuvieran que comer de la basura o dormir en la calle. Y crió a todos los cachorrillos que vivieron siempre con ellos.

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