Me quedé allí, mirando el vacío infinito que separaba mi mente de mi alma. Miré debajo de mis pies y vi que solo unos centímetros me separaban de una muerte clara. Pero no quiero apartar mi mirada de aquel vacío que me da tanto miedo y me sube las ganas de saltar. No tengo nada que hacer salvo morir. Él se ha ido y no va a volver, todavía no y nunca volverá a ser como era antes... Las miradas distraidas a sus ojos marrones y las ganas de besarle sin importar nada más... Eso ya no está, ha ido desapareciendo para procurar conservar lo que sé que nunca cambiará esa sensación de comprensión que él siempre me da... De repente noto la presencia de alguien más en el acantilado y me giro... Nadie, solo la sensación de estar acompañada, esa sensación que me acompaña todos y cada uno de los días grises y que no tiene ningún sentido. Por fin oigo unos pasos a mi espalda y me giro, un perro marrón con una mancha blanca en un ojo se me acerca y me lame las manos para llamar mi atención y lo logra. Es una monada de perro que me hace sentarme en la hierba a su lado y a acariciarlo.
-Que cara tienes preciosa, como sabes como hacerme cambiar de opinión.- Digo a la perra que sé que no puede contestar pero que me hace sentirme mejor. La perra sigue por su camino y yo vuelvo a quedarme sola allí, por lo que me siento al borde del precipicio y empiezo a mover mis piernas tranquilamente sobre el vacío. Un vacío desgarrador que podría matarme en un solo instante. En un instante desgarrador que me separaría del dolor. Pero me da tanto miedo... Tanto pánico simplemente desaparecer... Que me ato a una cuerda invisible que me separa de caer y vuelvo a sentir esa presencia tras de mí. El roce del viento que me susurra el avance que debo hacer y la presencia se hace notar con cada ráfaga de aire.
Miré a mi espalda y por fin vi que la presencia era real.
-¿Qué haces aquí? ¿No estabas en Nueva York?- Dije con un hilo de voz casi inaudible.
-Sí, pero me moría de ganas de volver para verte...-Dijo y se sentó a mi lado, La perrita volvió y Éidan sacó una correa.
-¿Es tuya?-Dije atónita, Éidan odiaba los perros.
-Me la compré, para ti.- Dijo totalmente enserio pero en un susurro.
Me acerqué lentamente al hombre que me desvelaba todas y cada una de las noches de luna nueva, cuando el amor sale a la superficie más real. Me acerqué y le besé un beso que me cambió la vida, un beso que me hizo saltar de aquel precipicio, pero no sola, con el chiquillo que desvela mis sueños y hacia un futuro mejor, que compartimos juntos.
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