domingo, 15 de julio de 2012

La Sangre del Sentimiento.

Paseó sus ojos por el conducto sanguíneo en busca de su grupo de glóbulos rojos para no sentirse tan desprotegida. Vio a lo lejos al eritrocito seis mil millones y corrió hacia él, casi seguro que el resto de su grupo estaría allí. Se equivocaba, aquel eritrocito estaba tan solo como ella y agradeció la compañía.
-Hola, ¿Tú también estas perdida?- Dijo sin apartar la mirada de aquel túnel atestado de microorganismos realizando sus misiones. Ella asintió y continuó a su lado observando lo que otros estaban haciendo. Había unas plaquetas cerrando una pequeña fisura en la vena, unos glóbulos blancos luchando contra algunos virus que pretendían hacerse con las células para alimentarse de ellas y más eritrocitos que no pertenecían al grupo de tres mil millones. Era la más anciana de su grupo y, según la vida de estos organismos, no le quedaba más de una semana de vida. Se mantuvieron andando hasta llegar a los alveolos pulmonares en los que intercambiaron su dióxido de carbono por oxígeno y volvieron a las células para suministrarles el preciado gas que las permitiría seguir viviendo y manteniendo con vida el organismo pluricelular en el que estaban, Laura.
Llegaron, por fin, a juntarse con su grupo y ella perdió de vista al eritrocito que la había acompañado durante aquella travesía que no habría durado más de un segundo y que, para ellos, era un tiempo vital de su existencia. Se sintió sola por la ausencia de aquel ser, nunca había sentido aquella conexión extraña por ninguno de su grupo ni de grupos exteriores al suyo, aunque no se relacionaba mucho con grupos extraños.
Pero se volvieron a juntar y, en aquella ocasión, se quedaron mirándose a los ojos durante unos segundos, no necesitaban ver hacia donde iban, recorrían aquellas venas y arterias todos los días y ya se sabían el camino. De repente, seis  mil millones se acercó a ella y, en un susurro imperceptible para el resto dijo:
-No quiero volver a separarme de ti.- Lo que llevó a la pequeña eritrocito a sentir un calor intenso en su núcleo. Casi se le caen las moléculas que oxígeno que transportaba cuando se le acercó y la besó. Nunca había visto que dos eritrocitos pudieran sentir eso, pero había oído leyendas sobre microorganismos que se juntaban y vivían eternamente por su amor. Leyendas, solo leyendas. Vivieron unos meses más que el resto de los microorganismos de su grupo, lo que probablemente llevaría a aquella leyendas absurdas, pero murieron, juntos en una arteria cercana al cerebro.
 Al mismo tiempo que el amor que Laura sentía por Artur desaparecía.

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