hace días que a penas duermo.
Llevo meses sumida en ciclos de tormento
desencadenados por mí propio cerebro.
Estoy pasando por esto de nuevo,
un nuevo luto disca se abre ante nuestro
pequeño y gran universo.
Y tengo miedo de no volver a ser la que fui,
a la vez que sé que esa que busco hace mil
que dejó de estar buscándose aquí.
Ahora cabalgo sobre mi TARDIS negra sutil.
Tan sutil como un vestido rojo de lentejuelas en un funeral.
Tan sutil como todo aquello que quisisteis silenciar
y que siempre seré y siempre fui.
Tengo miedo de los cambios que experimenta mi cuerpo,
mientras busco las formas de mantenerme de nuevo.
Mientras busco la manera misteriosa de evitar este declive
hacía lo que se percibe como mis propios infiernos.
No quiero seguir pensando que este cuerpo no es bueno,
porque es lo que me permite estar aquí luchando sin miedo.
Pero al mismo tiempo es lo que me da miedo, eso que dije que no sentí.
Este cuerpo no es una cárcel, aunque la dismorfia y la disforia quieran
convencerme de que sí.
Mi cuerpo es la envoltura de todo lo que soy y de todo lo que aprendí.
De todo lo que lucho cada día por ser y por sentir.
Mi cuerpo no es perfecto. Nunca he querido que lo sea.
Solo quiero que deje de ser todo eso contra lo que pelea
mi cabeza traumatizada de tantas veces que me han dicho que tengo que cambiar.
Porque según todo este sistema de mierda, nunca seré
suficiente, buena, válida, hermosa, bonita, útil o si quiera servicial.
Y la parte de mi cabeza que ya lo sabe, me grita que no queremos ser esa.
Que somos muchísimo más.
Somos la diosa tullida, loca, hermafrodita, biciosa y promiscua
que siempre quieren quemar en la hoguera de San Juan.
Y aquí estoy, 28 orgullos discas más.
Y aquí estoy, mostrando cómo se ve mi verdad.
Como suena mi voz cuando trato de ser yo sin permitir que me destruya
aquello que jamás debió existir, ese odio primigenio que no me vencerá.
Orgullosa de mis cicatrices, porque marcan el mapa
de todas las batallas que ya he vencido y me guía a las que quedan por librar.
Orgullosa de mis herramientas de accesibilidad, que me permiten vivir sin dolor.
Orgullosa de mi cuerpo, aunque me dé aún asco alguna parte de mí.
Orgullosa de quién soy y de lo que una vez fui.
Orgullosa de todas las victorias que ya conseguí.
Y esperando rabiosa por el siguiente desafío que me lance
la vida para hacerle frente de la mano de esta manada
de Zebras heridas y cansadas que no me van a dejar caer.
Que lucharán siempre de mi mano, dentro de sus posibilidades,
hasta que este sistema sea quemado hasta los cimientos
y podamos simplemente vivir.