pero distorsiona cada detalle para que no me reconozca,
para que no pueda ver todo lo que me creó,
para que me centre solo en lo que creé que hay que retocar.
Y yo caigo. Como una idiota, olvidándome otra vez
de todo lo que he construido con mis manos, mi sudor y mis lágrimas.
Con todo lo que tengo y todo lo que he aprendido a ser para hacerme más
fuerte, valiente, resistente, inflamable.
Soy fuego ardiente que brota cada día de mi garganta,
defendiendo todo aquello que creo fervientemente que hace falta.
Soy la tempestad que me destruye y que, a veces, me sana.
Soy el miedo, el rencor, el odio a este cuerpo, pero también todo este amor.
Y puede que no sea capaz aún de entenderme guapa.
Pero estoy luchando por verme mucho más que eso,
por seguir siendo esa persona que haría sentir orgullosa a la que escribía poesías,
sin entender de métrica, de palabras complejas o de bulerías.
Esa niña pequeña que un día fui, queriendo ser más de lo que era.
Luchando por ser todo aquello por lo que me definirían ahora.
Y a veces no sirve con todo esto, lo sé.
A veces es demasiado el asco de estar en mi piel.
Pero sé que soy más que lo que se escribe sobre el papel,
soy muchísimo más que una talla, una forma o este cordel.
No soy la muñequita que esperaran que fuera,
siempre he sido más bien una perra.
Mi autoestima últimamente no está en su mejor momento,
y eso me está destrozando cada día por dentro.
Pero a veces una conversación ayuda a verse un poco menos
todos los horrores de este mundo que me grita que soy mi cerebro.
Estoy hecha trizas, girones, parches, tormentas y cicatrices.
Estoy hecha del fuego de mis ancestras que me enseñaron a moldearme.
Y a veces me debilito cuando me veo en el espejo y no me gusta mirarme.
Pero siempre sé que estoy haciendo mi mejor versión de este viaje.
Que también es la primera vez que vivo y que va a ser la última.
Merezco cuidarme, amarme, honrarme, disfrutarme.